Page 110 - MITOS GRIEGOS e historiografía antigua
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    sólo un recurso de veracidad (en vez de verificación), o puede darle al
    discurso un toque de realismo (en vez de un conocimiento objetivo de

    la realidad).11Hay en mi opinión un remake entre los filósofos y teóri­
    cos de la historia que reivindica, por encima de todo, la importancia del
    discurso histórico.12 La importancia del discurso radica en el poder de
    transformar todo lo que toca. La precisión de su uso es muy importante,
    pero el conocimiento (episteme) histórico intenta la precisión y busca

     11  G. Mairet, Le discours et l ’historique. Essai sur la représentation historienne du temps,
       Paris 1974,170-189, y W.M. Urban, Langi/age andfieafày, London 19613; Ch. Perelman,
       L. Olbrechts, La nouvelle rhétorique.  Traité de l ’argumentation, Paris 1958.
     12 G. Himmelfarb,  The new history and the old  Critical essays and reappraisals, London
       1987. En los diez capítulos de este libro la autora critica áridamente lo que se ha llamado
       «nouvelle histoire» y lamenta el eclipse de la vieja historia fundamentalmente política y
       narrativa. Citando a M. Ferro y F. Furet argumenta la incapacidad de la nueva historia para
       contar los grandes acontecimientos de la historia nacional. Todavía, pues, se piensa la
       historia a modo de los anticuaristas que citaba Momigliano («Ancient History and the
       Antiquarian», Journal Warburg and Coitrtauld Institutes, 13,1950,285-315). También en
       defensa del discurso como parte fundamental del hecho histórico reseño aquí tres libros de
       sumo interés, publicados en España, y que hay que añadir al antiguo catálogo de obtas de
       historiografía y Teoría de la Historia, J. Lozano, El discurso histórico, Madrid 1987, donde
       el autor afirma que la historiografía se funda en la narración, y que desde una perspectiva
       semiótica se puede representar el proceso histórico como un proceso de comunicación. El
       historiador registra hechos, como el cronista o el periodista, y luego los integra en un sistema
       más o menos complejo de significaciones definidas por la cultura, por la ideología, etc., en la
       línea de recientes reflexiones teóricas de Certau, Ginzbuig y otros (M. Certau, L ’operazione
       storica, Urbino  1973; Id. L'ecriture de l ’histoire, Paris  1975; C. Ginzburg, C. Poni, «La
       micro-histoire», Le Débat,  17,  1981; K. Pomian, «L’histoire de la science et l’histoire de
       l’histoire», en Annales. E.S.C., 30, 5, 1975; Id, «Le passé: de la foi à la connaisance», Le
       Débat, 23,1983; Id, L’ordre du temps, Paris 1984. También recuerdo la trilogía de P. Ricoeur,
       Temps de Récit, Paris 1983, 1984, 1987, del que existe traducción española. Interesa a mi
       propósito sobre todo el primer tomo, Tiempo y  narración I. Configuración del tiempo en el
       relato histórico, Madrid 1987, obra que completa una anterior del mismo autor, La metáfora
       viva, Madrid 1980. ParaP. Ricoeur el valor con el que se han de enjuiciar las obras históricas
       no es el valor-verdad, sino el valor-identidad. La razón última del conocimiento histórico
       somos nosotros mismos, la configuración de nuestra propia identidad humana. Desarrolla la
       hipótesis de la unidad funcional entre los múltiples modos y géneros narrativos, unidad que
       se basa en su común carácter temporal. Finalmente deseo recordar el libro de J.C. Bermejo,
       Elfinal de la historia. Ensayos de historia teórica, Madrid 1987, en el que el autor presenta
       una obra mucho más atractiva en su título que en su contenido, donde, parafraseando cons­
       tantemente a Foucault, hace un discurso híbrido entre teoría de la historia e historia de la
       historiografía, en el que excluye a los historiadores antiguos, porque nunca tuvieron una
       Teoría de la Historia en el sentido aquí empleado. Dice: «la producción del discurso histórico
       exige el empleo de la imaginación, no sólo como uno de los mecanismos generadores del
       pensamiento, sino también como una de las dimensiones propias de ese discurso que es
       inseparable de la conciencia que lo formula» y que «el espacio y el tiempo tal y como son
       concebidos en el relato histórico son dos categorías eminentemente imaginarias» (pág. 84).
       En mi opinión, imaginación y conocimiento objetivo son incompatibles.
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