Page 111 - MITOS GRIEGOS e historiografía antigua
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la verdad, y, al contrario del lenguaje literario, no se basa en la opinión
(idóxa). La historia no es un laboratorio de lo imaginario, sino una rea
lidad humana acotada en el tiempo que de modo científico (y esto lo
define el método) estudia las transformaciones de la sociedad. Las
aporias que suscita lo temporal en historia nunca deben ser resueltas
mediante la improvisación o la invención. Llegados a este punto hay un
riesgo grande de confundir el lenguaje como soporte necesario, aunque
no imprescindible para el conocimiento histórico, con el lenguaje
discursivo stricto sensu, es decir, literario, en el que el lenguaje es el
propio objeto y no un medio para la comprensión o explicación de un
objeto histórico. El profano puede fácilmente categorizar como históri
co «todo lo que habla de otro tiempo», se le cuente de un modo u otro.
Existe pues el peligro potencial de que la literatura suplante al lugar de
la historia.13 Y ese peligro se acrecienta cuando los propios historiado
res profesionales admiten que no soportan «el vacío de la historia» (con
mucha frecuencia un vacío temporal-cronológico) y se ven en la nece
sidad de inventarse aigumentos provisionales14 basados en inferencias,
extrapolaciones, falsas premisas o en sofismas, arguyéndolos además
como pruebas irrefutables de sus elucubraciones. Y me refiero delibe
radamente a «elucubraciones» y no a hipótesis, porque éstas forman
parte del proceso de conocimiento científico de la historia, de un méto
do, que está ausente o mal usado por quienes se plantean la historia
como una mera acumulación de datos o como una excusa para dar
credibilidad a unos personajes de ficción. Sería pues un grave error
reducir las estructuras lógicas a operaciones de lenguaje, a la manera
del neopositivismo, en que el individuo no se enfrenta a la esencia del
13 No me refiero sólo al extraordinario auge que toma la novela histórica, de autores, por citar
los que ambientan sus obras en el mundo antiguo, como M. Yourcenar, R. Graves o M.
Renault; sino a otro tipo de obras donde la historia deviene pura especulación hasta con
vertirse en ficción (por ejemplo, F. Sánchez Dragó, Gargoris y Habidis. Una historia
mágica de España, varias ediciones; y C. Fisas, Historias de la historia, Barcelona 1986).
14 M.I. Finley, «El historiador de la antigüedad y sus fuentes», en Historia Antigua. Problemas
metodológicos, Barcelona 1986,22. T.R Wiseman, Clio’s Cosmetics, Leicester 1979, 52-
53. Acerca de las extrapolaciones, MI. Finley, «Las generalizaciones en la historia anti
gua», en Uso y abuso de la historia, Barcelona 19792, 91 ss. Un ejemplo a ese vacío de la
historia, en J. Chadwick, El mundo micénico, Madrid 1977,13, donde se propone la ideación
de modelos adaptables a los fines del historiador. La actitud de idear un modelo para enca
jar en él lo no verificable, me parece cuando menos una frivolidad metodológica. V.K.
Dibble, «Four types of Inference from Documents to Events», History and Theory, 3,
1963, 203-219, y J. Lange, «The Argument from Silence», History and Theory, 5, 1965,
288-301. Sobre estos temas ver también el cap. 1 de este libro.