Page 104 - Lo Inevitable del Amor
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—No puedo seguir.
        —¿Por  qué?  Ahora  vamos  a  empezar  una  nueva  época.  Vamos  a  hacer
      proyectos maravillosos. Estoy segura.
        —No es nada profesional, es personal.
        —¿Qué quieres decir?
        —Me estoy haciendo daño.
        Eugenio se emociona. Yo también.
        —No te entiendo —le digo.
        —No puedo seguir viéndote.
        —¿Qué dices? Yo necesito verte.
        —Sí, pero yo de otra manera. Yo lo quiero todo.
        Eugenio  dice  esa  última  frase  y  se  calla.  Yo  también.  En  ese  instante
      descubro que está pasando justo lo que yo esperaba y ahora que ha pasado ya no
      sé si es lo que quiero. Permanezco callada, estoy contenta, pero no tanto como
      me gustaría estar.
        —¡Y yo! —le digo sonriendo.
        —¿Tú qué?
        —Que yo también quiero intentarlo contigo. De verdad.
        —¿Desean algo más? —nos interrumpe la camarera.
        —¡La cuenta! —solicita Eugenio.
        —¿No desean un licorcito los señores?
        —No. Tenemos muchísima prisa —le digo a la camarera sin dejar de mirar a
      Eugenio.
        En la misma puerta del restaurante, sin decir nada, porque no hay nada que
      decir, le beso con fuerza. El beso me excita, me relaja, me hace sentir bien y lo
      disfruto. Voy a decirle eso que tenía pensado decirle.
        —¡Eugenio, creo que te quiero!
        —¿Crees? Esas cosas no se creen, se saben.
        —Pues te quiero.
        —Nunca  me  lo  habías  dicho  en  veinte  años.  —Él  también  se  había  dado
      cuenta.
        —¡Llévame a tu casa! —le pido casi en tono de súplica.
        —¡Vamos! —me dice mientras grita para parar a un taxi.
        —Límpiate un poco la boca.
        —¿Tengo algo?
        —Sí, tienes la boca llena de carmín —digo riendo.
        El  taxista  es  prudente,  mantiene  una  actitud  muy  profesional  mientras
      Eugenio y yo nos devoramos en el asiento trasero. Creo que al llegar a su casa el
      taxímetro marca unos nueve euros y Eugenio le da un billete de veinte diciendo
      que se guarde el cambio. Ni para eso tenemos tiempo. El portal, el ascensor, la
      puerta de la casa, el hall y el pasillo es un recorrido que se nos antoja eterno
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