Page 107 - Lo Inevitable del Amor
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La sala de espera de un oncólogo da muchísimo miedo. Aunque, aparentemente,
      es como cualquier otra de este hospital, no hay grandes diferencias con la del
      otorrino o la del traumatólogo. Tiene el suelo brillante oscuro, los muebles son
      nuevos, cómodos. Parecen de oficina. Las mesitas son de cristal y las puertas de
      madera de color roble. Una chica de unos quince años está con su madre en una
      de las esquinas. No hablan entre ellas. La madre cruza y descruza las piernas de
      manera compulsiva, la chica está manipulando su móvil casi sin alzar la vista de
      la  pantalla.  Dudo  un  momento  sobre  cuál  de  las  dos  será  la  enferma,  pero
      supongo que si fuera la madre, la hija no estaría aquí. Hay una pareja normal de
      unos cincuenta años, posiblemente no lleguen a esa edad. Ella seguro que no. Son
      una pareja como tantas, como las que están en la consulta del dentista, pero tengo
      la seguridad de que aquí se quieren más. También hay una chica de mi edad,
      más o menos, con un pañuelo en la cabeza y sin cejas. Se debe de estar tratando
      o a lo mejor ya ha terminado el tratamiento. No sé. Parece contenta, o eso me
      imagino yo. Eso sí, no para de mover la pierna derecha a modo de vibración
      constante, rápida. Si miro su pierna, me entra un poco de desesperanza.
        Y luego estamos mi madre y yo, que tenemos cita a las diez. No quería que
      la acompañase, pero no iba a consentir que viniera sola. Mi madre y yo, como el
      resto de habitantes de esta sala de espera, tampoco hablamos. Ella pensará en su
      miedo y yo en que cualquier persona de las que hay aquí sabe más de la vida
      que yo. Eso seguro.
        La puerta se abre y de la consulta sale una pareja de unos cuarenta y tantos.
      Se les nota contentos. Rompen el silencio que hay en la sala despidiéndose de la
      enfermera y preguntándose cuál de los dos ha guardado la tarjeta del párking. No
      quieren manifestarlo, pero han recibido buenas noticias. A lo mejor se ha curado
      cualquiera de los dos que fuera el enfermo, o posiblemente les han dicho que ese
      bultito  no  era  nada  más  que  grasa,  o  que  los  resultados  de  su  hijo  han  sido
      negativos. Pienso en eso y en esa macabra lotería que es esta sala de espera de
      oncología en la que tras la puerta un señor con bata te dirá si ha salido cara o ha
      salido cruz. Antes de que la pareja desaparezca del todo, la enfermera llama a
      mi madre y entramos en la consulta.
        Escuchamos al médico, un señor muy cordial, explicar a mi madre que el
      final está próximo, que en cualquier momento va a recaer y que todo lo que le
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