Page 105 - Lo Inevitable del Amor
P. 105
hasta llegar a la habitación. He estado aquí muchas veces, pero como hoy nunca.
Ni la primera vez que vine. Así no. Estoy tan excitada por la emoción que creo
que me estoy mareando un poco. A los dos nos está pasando lo mismo,
necesitamos tranquilizarnos, ir más despacio. Y lo hacemos. Nos besamos
suavemente, sintiendo cómo se rozan nuestros labios, nuestras lenguas. Es
emocionante besarse así, ya no me acordaba. Tengo tantas ganas de él, de
consumirle, quiero estar desnuda, abierta a él, entregada. Sin orden ni concierto
nos desnudamos con tanta torpeza como lentitud, pero no pasa nada. Esta noche
todo está bien. Yo desnuda y desnudo él, me muero de excitación. Nos tumbamos
en la cama, casi sin dejar de abrazarnos. Noto cómo entra en mí y noto cómo
sentimos emoción en cada movimiento. Eugenio está tan excitado, tan fuera de sí
que antes casi de que pueda esperarlo termina dentro de mí. Ya. Le abrazo
fuerte, él también. Se ríe, nos reímos a la vez de su rapidez. Es tan emocionante
esa risa, tan cómplice. Todavía dentro de mí y después de pedirme disculpas me
dice que si quiero cenar algo. Yo, que me ha parecido el peor y el más bello
polvo que he echado en mi vida, le digo que sí, que me muero por una pizza.
Todavía desnudos, me promete que después de comernos la pizza volveremos a
la cama. Esto no se va a quedar así, me asegura.
Mientras se ha hecho la pizza en el horno y, ahora, mientras la comemos,
Eugenio me cuenta su viaje a Nueva York con Clara. Fue muy precipitado irse
después de conocerse tan poco. Los dos quisieron convertir en una relación algo
que no debería haber pasado de unas cuantas cenas y otros tantos encuentros en
la habitación de un hotel. Ella, además, no estaba en su mejor momento para irse
seis días de casa recién despedida de su trabajo. Me cuenta Eugenio que nada
más llegar se dio cuenta del error y quiso volver a Madrid. Finalmente no lo hizo
y, al parecer, le vino bien. Han quedado como amigos. Dejamos de hablar de
Clara y vuelvo a bromear con el brevísimo encuentro sexual de esta noche y él
corresponde también riendo, pero poniéndose un poco colorado. Estoy tan a gusto
con él.
—¡Vamos a la cama! —me dice de repente.
Suavemente me da la mano y me invita a que lo haga. Llevo una camisa
suya y el tanga. Me desabrocha la camisa y me quita el tanga.
—¿Quieres un gin-tonic?
—¿Ahora? —le pregunto ya en la cama.
—Sí, ahora.
—Pues vale.
Eugenio tarda muy poco en volver con la copa. Yo estoy sentada con la
espalda apoyada en el cabecero. Se arrodilla entre mis piernas, bebe de la copa
y me la entrega. Yo, sentada, veo, con mi gin-tonic en la mano, cómo la cara de
Eugenio se sumerge entre mis piernas. En cuanto siento cómo me roza su lengua
tengo ganas de tumbarme, pero me pide que no. Quiere que pueda mirar lo que