Page 52 - Lo Inevitable del Amor
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llenar dos carros y finalmente discutimos por cualquier tontería. Las niñas,
insoportables, y él y yo con un humor de perros que no se nos quita hasta por la
tarde. Podría hacer la compra por internet, pero es muy habitual que te cambien
muchas cosas del pedido y eso me desespera. También podría decirle a la chica
que trabaja en casa que se encargara de eso, pero ella también se equivoca lo
suficiente como para ponerme de mal humor, así que a pesar de mi falta de
tiempo, prefiero ir yo al súper.
Podría delegar más, desde luego, pero es que no sé. Y menos que en ninguna
parte, en el trabajo. Tengo que revisar todo lo que se dibuja en el estudio, hasta el
más mínimo detalle. Hay veces que la simple colocación de los enchufes, de una
toma de agua en la cocina o de las conexiones de telefonía puede retrasar un
proyecto o hacer que acabe mal. Es frecuente que los arquitectos más creativos
o los menos expertos —que muchas veces son los mismos— se olviden de estos
detalles en los que no quieren perder tiempo que creen restar a su imaginación.
Hay arquitectos creativamente muy buenos a los que se les nota que no han
pisado jamás una obra y que dibujan cosas que físicamente son imposibles de
realizar. Cuando se va ganando oficio, eres capaz de detectar este tipo de
problemas en cuanto ves un plano. En todo caso, es difícil formar a gente
completa, que dibuje con imaginación, que sea solvente para resolver problemas
y, al mismo tiempo, sepa desenvolverse en una obra. Así que dentro de mi equipo
sé quién es cada uno de los arquitectos, conozco sus virtudes y sus carencias, y he
entendido que es mejor no intentar cambiarlos. Eso sí, me obliga a estar a mí
pendiente de todo.
Sobre mi mesa ha estado permanentemente el dibujo que comencé en la playa
de la Malvarrosa. Anoche por fin me decidí a terminarlo, pero no fui capaz. Me
di cuenta de que a lo mejor me estoy equivocando y no se trata de una parte de
algo, sino que simplemente el dibujo es así. Intuía que me iba a descubrir algún
misterio o algo similar, pero cada vez que lo miro me gusta más cómo es. Me
transmite mucha energía y estoy segura de que, de hacerlo al óleo en un lienzo,
sería una obra muy singular. A lo mejor lo hago. Cada vez me gusta más ese
dibujo y cada vez creo que estoy más cerca de entender su significado.
Isabel, la recepcionista del estudio, me dice que está esperando al teléfono
Blanca Ríos, que insiste en hablar conmigo. Me pone muy nerviosa su llamada y
por un momento pienso en decir que no estoy. Me pone muy nerviosa
enfrentarme a la gente, aunque yo lleve razón. Dudo un instante, pero finalmente
le digo a Isabel que me la pase.
—¡Hola, María! ¡Cuánto tiempo sin hablar! —dice Blanca.
—Dime qué quieres —le contesto sin ninguna cordialidad.
—Supongo que habrás leído mi artículo de Planos y sólo quería decirte que no