Page 54 - Lo Inevitable del Amor
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mano. Entramos y cierra la puerta. Doy otro trago mientras Óscar enciende una
      vela  antes  de  apagar  la  luz.  Deja  mi  copa  vacía  en  la  mesilla  y  empieza  a
      desnudarme. Lo tiene fácil. Llevo un pantalón de lino y una camiseta ancha. No
      llevo sujetador, así que sólo tiene que bajarme las bragas para dejarme como él
      quiere. Yo le ayudo porque también quiero estar desnuda, que me dé un masaje
      y olvidarme de todo eso que me preocupa y que no entiendo.
        Óscar tiene unas manos maravillosas para dar masajes. Sólo se puede tocar
      bien si te gusta tocar. Es algo que se transmite. Pasa un largo rato desde el cuello
      hasta los pies, me deja completamente relajada, casi agotada de la intensidad del
      masaje. Después se centra en mis muslos, de manera más suave, de otra forma
      y con otra intención. Tantos años sintiendo las mismas manos y siempre hay algo
      que me sorprende cuando me tocan.
        Yo  sigo  boca  abajo  y  Óscar  separa  mis  piernas,  dejándome  abierta.  Me
      acaricia despacio desde la rodilla por dentro de mis muslos hacia arriba, hasta el
      final. Cuando me roza, no puedo evitar contraerme. Lo hace unas cuantas veces
      hasta  que  ya  no  quiero  que  me  roce,  sino  que  me  toque;  no  quiero  sólo
      excitarme, ya necesito placer. Intuyo que Óscar está manipulando un bote con
      crema.  Noto  cómo  la  palma  entera  de  su  mano  embadurnada  me  toca  sin
      demasiada sutileza entre las piernas. La mano resbala desde mi pubis hasta mis
      glúteos.  Su  recorrido  de  arriba  abajo  me  está  encantando,  pero  pronto  quiero
      más. Óscar lo sabe y justo hace lo que quiero, sin tener que dar explicaciones.
      Cómo me gusta que me conozca tan bien. Desde atrás mete la palma de su mano
      hasta tocar mi ombligo y empuja hacia arriba poniéndome a cuatro patas.
        Óscar  ya  está  desnudo  y  siento  cómo  entra  en  mí.  Se  mueve  despacio,  al
      mismo ritmo que su mano llena de crema me sigue acariciando por delante y al
      tiempo que me besa en el cuello y en la oreja. Grito un segundo antes de acabar,
      grito  cuando  acabo  y  grito  justo  después  de  acabar.  Necesitaba  esto  y  lo
      necesitaba con él. Esto sólo puede dármelo él. Es una especie de poder que tiene
      sobre mí. Y a mí me encanta que lo tenga. Nos vestimos a medias, sólo con la
      ropa interior, y llena de nuevo la copa de vino, que ahora compartimos.
        —Óscar, ¿qué había en los móviles de Gene y Patty?
        —¿Qué móviles?
        —Ya te lo pregunté una vez y te hiciste el tonto.
        —Te prometo, María, que no sé de qué me hablas.
        —Sé que estuviste manipulándolos. Me lo dijo Julia, porque te vio.
        —Son cosas de niños.
        —Pues me lo dijo muy segura.
        —Bueno, sí. Estuve mirando los móviles. Me picaba la curiosidad. Como a ti.
        —¿Y  por  qué  borraste  la  información?  No  había  ni  llamadas,  ni  emails,  ni
      contactos…
        —Yo no lo hice. Cuando los encendí, ya estaba borrada toda la información.
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