Page 56 - Lo Inevitable del Amor
P. 56
Carla llegó ayer del colegio con un ojo hinchado. Dice que se golpeó contra una
columna en el patio mientras jugaba al rescate. Se ha hecho un buen hematoma,
aunque lo que creo que le duele más es ver cómo su hermana Julia no para de
reírse de su torpeza. Me ha dado un poco de pena dejarla así en el colegio, pero
tengo un día muy complicado y no puedo quedarme con ella.
Esta mañana tengo que cerrar varios trabajos pendientes y después volver a
casa para terminar de hacer la maleta. Creo que el vuelo sale a las ocho. Algunas
veces las niñas se han venido conmigo al despacho, pero a la media hora ya
estaban alborotando y así es imposible trabajar. Son niñas y no se les puede pedir
que se pasen cuatro horas sentadas en una silla sin hacer nada. Es mejor que hoy,
precisamente, a pesar de lo del ojo de Carla, vayan al cole.
Yo de pequeña nunca faltaba al colegio, me encantaba ir. A veces, cuando
estaba mala y mi madre me decía que tenía que quedarme en cama, me echaba
a llorar. Siempre me ha gustado estudiar e ir a clase. En el colegio, en el instituto
y en la universidad. Si yo llego a tener un ojo hinchado, mi madre me habría
obligado a quedarme en casa seguro. Claro que ella no tenía que ir a trabajar.
Mi madre siempre ha vivido de las rentas, en el más amplio sentido de la
palabra. El negocio de telas de mi abuelo Braulio le permitió comprar cuatro
buenos pisos en Madrid de cuya renta ha vivido y sigue viviendo mi madre. Las
cosas cambian y ahora ya sólo le quedan dos. Uno en el que vive y otro que tiene
alquilado. Los otros dos los ha ido vendiendo cada vez que necesitaba algo más de
lo que tenía. Yo creo que de eso ya no le queda nada.
Mi padre, Antonio, tampoco ha tenido nunca la necesidad de ganarse la vida.
También de familia acomodada, era el mediano de siete hermanos. Nieto e hijo
de militar y sobrino de dos obispos por parte de madre, en su familia siempre
hubo una férrea disciplina y normas muy estrictas respecto a la moralidad. Fiel
colaborador del mismísimo Franco, el padre de Antonio, que se llamaba Gonzalo,
hizo una fortuna durante la dictadura con un montón de negocios en los que
bastaba no tener demasiados escrúpulos a la hora de explotar a la gente. Su
madre, Remedios, era una señora muy neurótica de misa diaria que vivía
obsesionada con el demonio. De aquella gente, mi padre sólo sacó de bueno el
hábito por el estudio, que le ha convertido, como dije, en un erudito en un montón
de materias.