Page 57 - Lo Inevitable del Amor
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Cuando  decidió  casarse  con  mi  madre,  una  mujer  con  una  hija  de  otro
      hombre, don Gonzalo le pidió que no volviera a acercarse a su familia, algo que
      mi  padre  aceptó  con  agrado  después  de  que  su  padre  le  cediera  una  finca  en
      Salamanca. Mi padre no tardó en venderla y con aquel dinero fue comprando
      algunos pisos en Madrid que después vendió para comprar otros e ir sacando el
      dinero suficiente para no pasar jamás apuros económicos.
        Gracias  a  eso  pude  montar  el  estudio  después  de  terminar  la  carrera.  Es
      verdad que gané algunos premios internacionales nada más acabar, es cierto que
      tuve mucho reconocimiento y proyección, que todo el mundo apostaba por mí,
      pero  si  no  hubiera  tenido  dinero  para  empezar,  posiblemente  habría  acabado
      como tantos otros arquitectos: trabajando para una constructora haciendo bloques
      de pisos en ciudades dormitorio. El dinero te ayuda a ser quien quieres ser. Hay
      que reconocerlo. Y el dinero lo tenía mi padre gracias a aquella familia con la
      que no volvió a tener trato. Salvo con mi tía Mercedes, una hermana menor a la
      que yo quería mucho, pero que murió atropellada por un tren. Dicen que calculó
      mal al cruzar la vía, pero aunque nadie lo haya reconocido es evidente que mi tía
      Mercedes se suicidó.
        —¡María, tienes una llamada! —me dice Isabel, la recepcionista.
        —Ahora no puedo.
        —Es que es del colegio de tus hijas. Dicen que es urgente.
        Óscar ya va para el colegio. Estaba haciendo gestiones en el banco y, aunque
      he tardado en localizarle, al final va a llegar él antes que yo. Me gustaría que no
      fuera  así  y  poder  darle  un  beso  a  la  niña  yo  primero.  La  otra  vez  que  me
      llamaron  del  colegio  por  algo  así  no  estaba  en  Madrid  y  fue  a  recogerlas  su
      padre. Menos mal que hoy Julia estaba en su clase y no ha hecho nada, pero
      Carla debe de estar todavía con el miedo metido en el cuerpo. Pobre. La otra vez
      creo que los psicólogos exageraron. En el fondo fue una cosa entre niñas. Julia
      pegó a una niña porque quería quitarle unas pinturas de cera que yo le acababa
      de comprar. No sé qué habrá pasado ahora con Carla, pero supongo que habrá
      sido algo parecido. Eso espero.
        Veo el coche de Óscar en la puerta del colegio. Cuando no es la hora de salir
      o de entrar en clase hay mucho sitio para aparcar. Si no, hay que dar muchas
      vueltas y aparcar lejísimos. Carla y Julia van y vienen del colegio en la ruta. Ni
      Óscar  ni  yo  podemos  recogerlas  casi  nunca  porque  a  esas  horas  estamos
      trabajando.
        No me gusta la directora del colegio. Es una señora con cara de hombre. Hay
      mujeres a las que les pasa eso, supongo que por la dureza de sus facciones o por
      el corte de cara. Parecen hombres con peluca y esta directora es una de ellas.
      No me acuerdo de cómo se llama, a ver si logro recordarlo antes de saludarla y
      así quedo bien. Cuando entro en su despacho, Óscar ya está hablando con ella,
      pero no está Carla. Me dice doña Vicenta, que así se llama —no es que me haya
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