Page 60 - Lo Inevitable del Amor
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Mi madre tuvo un novio torero. Banderillero, para ser precisos. Luis, el torero, así
le llamaba, es el único de sus amantes al que he conocido. Incluso los vi juntos.
Pero sé que ha habido más. De todos, el torero ha sido el hombre del que mi
madre ha estado más enamorada en su vida. A lo mejor también lo estuvo de
Gene, pero eso tiene menos mérito porque en aquel momento mi madre era
demasiado joven y, cuando es la primera vez que amas, todo se imagina más que
se siente. Cuando Luis apareció en su vida, yo ya era mayor y, naturalmente,
ella también. Enamorarse es estar loca, eso es algo que entendemos mejor las
mujeres. Mi madre estuvo loca por Luis, por él perdió la cabeza y el sentido.
Parece una copla, pero es que los dos podrían haber protagonizado una de esas
letras tan desgarradas que cuentan el amor sólo por la parte que duele.
Mi madre nunca ha dado demasiada importancia a sus amantes. Yo he
aprendido eso de ella. Me enseñó bastante bien a distinguir amor de sexo,
enamorarse de desear, querer de necesitar. Es verdad que a veces todo se
mezcla, pero es conveniente diferenciar unas cosas de las otras para no estar
engañándote a ti misma más tiempo del necesario. En eso las mujeres también
somos especialistas.
A mi madre nunca le han gustado los toros, a mí tampoco. Ella, además, fue
siempre muy discreta con las cosas que hacía fuera de casa. Con el torero fue
diferente. De repente, y sin venir a cuento, empezó a interesarse por los toros y
hasta sacaba la conversación delante de mi padre, que también conocía
teóricamente la relación de la tauromaquia con el arte. Él tampoco había ido
nunca a una corrida, pero sabía de ello a través de Picasso, Lorca o Hemingway.
Mi padre se interesaba por todo siempre de forma indirecta.
Yo me enteré de la existencia de Luis, el torero, porque mi madre no fue tan
discreta con él como con los otros. Un día regresaba yo a casa desde no sé qué
sitio cuando, antes de entrar en el portal, vi a una pareja besándose dentro de un
coche. Me llamó la atención porque, a pesar de la pasión del beso, se notaba que
no eran dos jovencitos. Siempre me ha gustado ver a las parejas besarse de
forma entusiasta en la calle sin poderse contener, que parece que les faltan
manos y lenguas. Me da envidia lo que sienten. Al hombre, al que apenas vi, no
le abundaba el pelo y por eso me fijé en ella: llevaba una blusa naranja y tenía el
pelo rubio recogido con mi pinza de nácar. Me quedé mirando, no sé si por la