Page 63 - Lo Inevitable del Amor
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siete noches de la primera semana llorando sin parar. « Sin parar» no es una
expresión coloquial para decir que lloraban mucho, « sin parar» es exactamente
sin parar de llorar de doce a siete de la mañana. Ni un solo instante. Pronto
contratamos a una cuidadora que estuviera con ellas por el día y a una salus por
la noche. La salus nos permitió dormir, que ya era bastante, pero el agobio de
tener a las dos niñas en casa nos seguía desbordando. Así que todo el mundo nos
recomendó que nos hiciéramos un viajecito, aunque sólo fuera de cuatro o cinco
días.
Y eso hicimos. Escogimos Nueva York como destino de un viaje que en
realidad era una huida. Las niñas se quedaron con mi madre, la cuidadora por el
día y la salus por la noche, así que tampoco iba a pasarles nada. Óscar y yo
llevábamos muchos meses sin tener relaciones, sin acostarnos, sin hacer el
amor… En fin, podríamos definirlo de varias maneras, pero entre mi gordura dos
meses antes de dar a luz, los puntos de la cesárea, el llanto de las niñas, el agobio
y el sueño, llevábamos más de cinco meses sin follar.
Cuando aterrizamos en Nueva York nos sentimos libres y ya cuando
estábamos en la fila esperando un taxi empezamos a hablar de lo que haríamos
cuando llegáramos al hotel. Tan excitados íbamos que ni siquiera abrimos las
maletas al llegar a la habitación. Fuimos directos a la cama. Fue algo rápido, casi
un desahogo. No hubo eso que la gente llama preliminares, muy a lo bruto todo,
muy desordenado, sin ni siquiera desnudarnos del todo, sólo quitándonos lo
imprescindible. Como era previsible, nuestro encuentro sexual no duró mucho,
pero nos dejó muy a gusto. Además, era sólo el primero de los muchos que
íbamos a tener esos cuatro días en Nueva York.
Una vez recuperados, deshicimos las maletas y salimos a pasear por los
alrededores del hotel. Estábamos cansados, pero eran más o menos las nueve de
la noche, hora neoyorquina, y había que aprovechar cada instante. Al poco
tiempo tuvimos que entrar en un bar para ir al servicio porque yo tenía muchas
ganas de hacer pis. Era una sensación rara que había tenido desde que Óscar y
yo nos habíamos acostado en el hotel. Nada más llegar al baño del bar e intentar
hacer pis me di cuenta de que aquello tenía pinta de ser cistitis. No era la primera
vez que me pasaba, así que conocía perfectamente los síntomas, pero esta vez
tenía pinta de ser más fuerte.
Recorrimos varias farmacias, pero en Nueva York pasaba lo que pasa aquí,
que es casi imposible conseguir antibióticos sin receta médica. Óscar me propuso
llamar a un médico de urgencia, pero le dije que no era necesario porque
seguramente se me pasaría. Me equivoqué. Me pasé toda la noche sentada en la
taza del váter con esa sensación de querer hacer y no tener pis. La cistitis, cuando
es violenta, provoca una de las sensaciones más desagradables que pueden
experimentarse. Cuando llamamos al médico tenía 39 de fiebre y los antibióticos
empezaron a hacer efecto a los dos días. Los mismos que me pasé yendo y