Page 67 - Lo Inevitable del Amor
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Nos ofrece tomar algo, en español, mientras nos pregunta qué tal en Nueva
      York. Las dos pedimos agua. Él mismo se levanta y la pide por teléfono, supongo
      que  a  su  secretaria.  Después  de  colgar,  coge  un  sobre  blanco  de  uno  de  los
      cajones de su mesa y lo abre. Del interior saca unos documentos.
        —Debe  firmar  este  documento,  señora  Puente.  Es  la  última  voluntad  del
      señor Dawson. Debe usted firmar para que yo pueda entregarle este número.
        Firmo el documento y el abogado me entrega otro sobre.
        —¿Qué es? —pregunto mientras me dispongo a abrirlo.
        —¿Qué es? —dice mi madre impaciente.
        —Nos lo dejó Gene Dawson para usted. Es la clave de una cuenta bancaria
      en Suiza.
        —¡Como en las películas! —exclama mi madre.
        —¡Mamá,  por  favor!  —le  llamo  la  atención,  aunque  en  realidad  yo  había
      pensado lo mismo.
        —¿Y cuánto dinero hay? —pregunta mi madre—. Por hacernos una idea.
        —Cuatro millones de euros —contesta Smith.
        —¡Cielo santo! —se echa mi madre las manos a la cabeza—. ¿Y qué vas a
      hacer con tanto dinero?
        —Pagar una deuda.
        —¿Una deuda? —se extraña mi madre.
        —Bueno, ya te contaré.
        La  secretaria  de  William  Smith  entra  en  el  despacho  con  el  agua  para
      nosotras y un té para él. Lo deja en la mesa y se marcha.
        —Gene  Dawson  sabía  que  iba  a  morir,  estaba  enfermo  —nos  desvela  el
      abogado.
        —Gene murió porque se empotró contra un camión —le recuerda mi madre.
        —Eso adelantó su muerte, pero los médicos le habían pronosticado un año de
      vida. Por eso fue a España a buscarla.
        —Debería haberlo hecho antes —protesto.
        —¡A veces la inminencia de la muerte nos enseña el camino correcto! —dice
      mi madre, que se sorprende ella misma de la frase que le acaba de salir.
        —¿Cómo? —pregunta el americano, cuyo español no da para tanto.
        Tengo por un momento la tentación de traducírselo, pero no lo hago.
        —Mañana iremos a la casa —nos revela Smith— para hacerle entrega del
      resto de cosas que el señor Dawson dejó para usted.
        —¿Qué casa? —pregunto.
        —¿Qué cosas? —pregunta mi madre.
        —La  casa  en  la  que  vivía  Gene  —contesta  Smith—.  Allí  hay  objetos
      personales que son para usted. Teníamos que entregárselos cuando él muriera y,
      como le dije, hacerlo sin que su marido estuviera presente.
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