Page 71 - Lo Inevitable del Amor
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parte.  En  un  rincón,  detrás  de  unos  lienzos  apilados,  hay  una  mesita  pequeña.
      Hacemos un recorrido visual por toda la habitación. Una ojeada que dura apenas
      unos segundos, el tiempo que Smith tarda en subir las persianas.
        De repente, mi madre y yo reparamos en el rincón de la mesita pequeña.
      Encima de ella hay un lienzo, apilado junto a otros. Noto cómo a mi madre le da
      el mismo escalofrío que a mí al verlo. Es el mismo dibujo, pintado al óleo, que
      yo había hecho en la playa de la Malvarrosa. Idéntico. Me acerco para verlo y
      en el margen inferior, junto a la firma de Gene, hay una fecha: 23 de marzo. No
      es ninguna fecha significativa para mí, pero, por algún motivo, me suena de algo.
        —¡Eugenio!
        —¡María! ¿Dónde andas?
        —Da igual. ¿Qué día estuvimos comiendo tú, Óscar y yo en la playa de la
      Malvarrosa?
        —Yo qué sé. No me acuerdo.
        —¿Puedes mirarlo?
        —¿Ahora?
        —Sí.
        —¿Y para qué?
        —¡Da  igual  para  qué!  —alzo  un  poquito  la  voz—.  ¡Míralo!  Tú  siempre  lo
      apuntas todo en el iPhone.
        —¡Espera! Ahora te llamo.
        —No. Espero aquí.
        Eugenio  despega  el  móvil  de  su  oreja  para  consultar  el  calendario  y  a  los
      pocos segundos vuelve.
        —El 23 de marzo. Ése fue el día que comimos en la Malvarrosa.
        —Gracias —me despido sin más explicaciones.
        William Smith nos pregunta si sucede algo al ver nuestras caras de sorpresa
      con el dibujo entre las manos. Mi madre le explica que yo hice uno idéntico sin
      haber visto éste.
        —¡Y el mismo día! —termina mi madre.
        —El mismo día no pudo ser porque ese día Gene ya estaba muerto.
        —Sería su espíritu —supone mi madre.
        —¡Mamá, por favor! —intento que entre en razón—. Lo haría ese mismo día
      del año pasado.
        —¡Lo que tú digas! —Me da la razón como se da la razón cuando se regala
      algo creyendo que te pertenece.
        —¿Y qué significa el dibujo? —nos interrumpe William.
        —¡Nada!  El  dibujo  no  significa  nada  —le  contesto—.  Simplemente,  es  el
      mismo.
        —¡La genética tiene tanta fuerza! —exclama mi madre.
        Voy a contarle que eso mismo había pensado yo hace unos minutos, antes de
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