Page 75 - Lo Inevitable del Amor
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pasan  todo  el  rato  dibujando  y  explicando  los  dibujos  que  hacen.  Las  miro  y
      lloro. Miro mi casa y lloro. Miro a Óscar y lloro. Así estoy. No lo puedo soportar.
      No quiero estar así y daría lo que tengo, todo lo que tengo, para que las cosas
      volvieran a ser como eran. Pero ya no puedo escaparme de lo que sé.

      Hoy me quedo en la cama. Las niñas se van al colegio, Óscar al estudio y le he
      dicho a la chica que se tome el día libre. Hacía años que no me quedaba en casa
      sola sin ir a trabajar y sin nada que hacer. He hecho un esfuerzo por ducharme.
      Hasta me he secado el pelo como si tuviera que ir a cualquier reunión. Duchada
      y con el pelo arreglado, me he puesto una camiseta grande, unas bragas también
      grandes y me he vuelto a meter en la cama a ver la tele. Hago zapping entre
      varias teletiendas, alguna película vieja de la TDT y Ana Rosa Quintana, que, por
      cierto,  lleva  un  vestido  precioso  y  unos  tacones  divinos.  Me  aburro,  pero  me
      siento  libre  sin  hacer  nada.  Y  sola.  Mi  habitación  tiene  una  tele  grande  en  la
      pared, una pantalla extraplana que ilumina todo porque he apagado las luces y no
      he levantado las persianas.
        En uno de los canales de pago están poniendo Grease. Sorprende lo delgado
      que estaba John Travolta cuando era joven y lo gordo que se puso después. Y
      Olivia Newton-John, que está monísima, que hay que ver lo que favorecen los
      vestidos años cincuenta que llevaba en la película, con sus faldas de vuelo, cintura
      de  avispa  y  cinturón  ancho.  Y  el  lazo  en  el  pelo,  tan  simple,  tan  cándido.  Me
      encanta pensar en estas cosas, que es como no pensar en nada. Me hace bien. Y
      de  repente,  como  por  un  impulso,  pongo  la  mano  entre  las  piernas.  Mi  mano
      izquierda, porque la derecha está escayolada. No tengo ganas, pero no quito la
      mano,  que,  además,  empiezo  a  mover  de  forma  algo  compulsiva.  Ni  siquiera
      estoy  excitada,  pero  poco  a  poco  voy  relajándome.  De  repente  paro  y  sigo
      viendo la tele. Pero siento como si algo se hubiera quedado pendiente. Cuando
      vuelvo a tocarme, ya me noto más receptiva, como si lo de hace un momento
      hubiera activado esa parte que ahora ya demanda más atención.
        Bajo el volumen de la tele un poco para no desconcentrarme. Me quito la
      camiseta y meto la mano por dentro de las bragas. La izquierda, naturalmente,
      que en esto tiene nula práctica porque soy diestra cerrada. A lo mejor es por eso
      por lo que me parece un poco novedad lo que estoy haciendo. Dejo ahí la mano,
      moviéndola. Me cuesta concentrarme y a ratos se me va la mente a otro sitio,
      pero ni quito la mano ni dejo de moverla. Decido parar un instante para buscar
      en el armario, en un cajón que Óscar y yo tenemos y al que llamamos « cajón
      del sexo» . Ahí guardamos un antifaz, algunas cremas que hemos comprado en
      sex shops,  un  vibrador,  una  pluma  para  acariciar,  algunas  pelis  porno  y  unas
      bolas chinas que me regaló en un aniversario. Que por cierto, sólo me puse una
      vez, porque no me gustaron nada. Aparte de sentirme muy incómoda, me daban
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