Page 69 - Lo Inevitable del Amor
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—Espero que lo entiendas. Ella todavía es muy joven y no quiero que…
        —Que vea lo que tú estás viendo, ¿no?
        Mi madre sintió pena por Gene, pero además de pena también le dio un poco
      de  asco.  Y  se  sintió  mal  de  que  le  pasara  eso.  La  mente  a  veces  es  muy
      caprichosa y repara en pequeños detalles que hacen tomar grandes decisiones.
      Mi madre pensó de repente que si Gene esa mañana no se había lavado aún la
      cara,  tampoco  se  habría  lavado  las  manos  después  de  hacer  pis,  que  es  lo
      primero que hace todo el mundo al levantarse. Aquel hombre en calzoncillos y
      albornoz que empalmaba resaca con borrachera y que además tenía las manos
      sucias  después  de  hacer  pis  no  iba  a  conocer  a  su  hija  por  mucho  artista
      reconocido que fuera.
        —Me ha encantado verte —dijo mi madre levantándose.
        Gene entendió que mi madre no iba a contarme quién era él. Posiblemente
      también él creyera que eso era lo mejor para mí. No quedaron en nada y a la
      vez todo estaba dicho.
        —¡Cuídala mucho! —le dijo Gene—. ¿Puedo quedarme el álbum?
        —Claro. Es para ti.
        Mi madre se despidió cortésmente con un beso en la mejilla sin aceptar la
      mano de Gene y se fue al aeropuerto.
        Es  posible  que  se  equivocara  al  darme  pistas  falsas  sobre  mi  padre  o  a  lo
      mejor no. No sé qué habría pasado si con quince años hubiera sabido que aquel
      hombre era mi padre. De eso y mucho más estamos hablando esta noche en un
      restaurante de la calle 42 mi madre y yo. Mañana vamos a ir al apartamento de
      Gene antes de regresar a España. El mismo en el que mi madre estuvo aquella
      mañana hace más de veinte años.
      Mi madre se ha levantado con algo de fiebre. Es de la garganta. Últimamente
      tiene faringitis cada dos por tres y anda medio afónica todo el rato. Yo me río,
      porque tiene una voz que parece cazallera, ella que es tan de gin-tonics. Antes de
      venir fue al otorrino para hacerse unas pruebas, pero yo en cuanto me dice que
      tiene fiebre me acuerdo de lo que me pasó a mí la primera vez que estuve aquí
      con la cistitis y le propongo llamar a un médico para que le recete antibióticos
      antes  de  que  sea  demasiado  tarde.  No  me  hace  caso  y  dice  que  con  unos
      caramelitos de miel y limón que lleva la cosa mejorará.
        Mi madre recuerda perfectamente el portal, pero dice que la casa le parece
      diferente.  Han  pasado  más  de  veinte  años  y  la  memoria  es  demasiado
      caprichosa. Lo que mi madre recordaba como una casa caótica, sucia y oscura
      es  un  apartamento  en  el  Upper  East  Side,  uno  de  los  barrios  más  caros  de
      Manhattan, de más de trescientos metros en una planta veinte con vistas a Central
      Park.
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