Page 48 - Lo Inevitable del Amor
P. 48
pesar de ser muy bonita, posee algunos fallos que ahora no cometería.
Tiene cuatro habitaciones. Una para cada niña, una para nosotros y la de
invitados. El salón es completamente diáfano, con el techo a doble altura blanco
como el suelo y las paredes. El color lo dan los muebles y los cuadros. El jardín
no es muy grande, pero sí lo suficiente para tomar el sol, al igual que la piscina,
que da de sobra para darse un chapuzón y refrescarse en verano. En el sótano
hay un proyector de cine, una mesa de billar en la que nunca jugamos, porque ni
sabemos ni nos gusta, y un despacho pequeño que es donde dibujo cuando me
llevo trabajo a casa. En el sótano no tenemos supletorio del teléfono y tampoco
hay cobertura para los móviles. Es mejor así, porque uno se puede concentrar en
el trabajo, o si estás viendo una película, nadie te molesta. El teléfono fijo está en
el salón y quien quiera puede dejar un mensaje. No tenemos interna porque no
me gusta tener a una extraña durmiendo en casa, así que todos los días viene una
chica a limpiar y por la tarde se va. Cuando salimos por la noche, suele venir una
canguro que se llama Nuria y que es un encanto con las niñas.
Otra de las características de mi casa es mi vestidor. Puede decirse que lo
diseñé desde la más absoluta frivolidad y hasta a mí me da un poco de vergüenza
enseñárselo a las visitas. Es simplemente espectacular, como de anuncio. De
hecho, he visto anuncios con vestidores maravillosos, pero mucho más pequeños
que el mío. Mi vestidor es desproporcionadamente grande respecto a la casa. En
realidad es desproporcionadamente grande respecto a cualquier casa.
A veces, aunque lo decidimos porque yo me empeñé en contra de la opinión
de Óscar, me arrepiento de no tener cobertura en el sótano. El móvil me lo he
dejado arriba y no para de sonar con el « mamá, cógelo, mamá, cógelo» . Me
extraña que me llamen a estas horas, son casi las doce de la noche. Subo al salón
y, al ver el móvil, entiendo lo de la hora. Es una llamada internacional, de Estados
Unidos, concretamente de Nueva York. Lo sé por el prefijo, un 1 del país y el 212
de Nueva York. Allí son ahora las seis de la tarde. Lo cojo y pregunta por mí un
señor con acento americano.
—Sí, soy yo —le contesto.
—Soy William Smith.
Me dan ganas de decirle: « ¡Anda, como el actor!» , pero sólo lo pienso
mientras él continúa hablando.
—Le llamo del despacho de abogados Skadden, Arps, Slate, Meagher &
Flom. Soy el abogado del señor Gene Dawson.
—Sí, dígame qué quería.
—Deberíamos concertar una cita con usted.
—Está bien, pero ya me reuní con su representante aquí en España.
—No la entiendo bien, señorita Puente. Disculpe, pero mi español no es muy
bueno.
Inmediatamente cambio al inglés. Estudié en un colegio bilingüe y lo hablo