Page 45 - Lo Inevitable del Amor
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—¿Por qué dices eso?
        —Porque no puedo entender que con esta crisis Óscar compre unos terrenos
      por cuatro millones de euros y ni siquiera te consulte.
        —Él lo hizo porque creyó que iba a ser un buen negocio.
        Eugenio no me contesta, se limita a poner cara de incredulidad. Yo me siento
      un poco avergonzada, así que opto por darle la razón.
        —¡Está bien! Llevas razón, pero ¿qué puedo hacer? —pregunto.
        —No lo sé. Enfadarte por lo menos. Me saca de quicio que no lo hagas.
        —Afortunadamente, he heredado y podremos pagar la deuda y seguir igual.
        —De eso se trata, ¿no? De seguir igual.
        —¿De qué sirve lamentarse? Voy a heredar y puedo pagar la deuda.
        —¡Qué casualidad! —ironiza.
        —Sí, eso he pensado yo estos días. Mi vida está llena de casualidades. Es una
      más.
        —Claro.  Debes  cuatro  millones  y  heredas  cuatro  millones.  Sí  que  es  una
      casualidad.
        —Eugenio, ¿estás intentando decirme algo?
        —Sí. Que las casualidades no existen.
      Todos estos días he pensado mucho en mi padre. En mi padre de verdad, no en
      Gene. Mi padre es Antonio, el que ha estado conmigo desde el mismo instante en
      el  que  nací.  Aunque  fuera  por  casualidad,  porque  se  diga  lo  que  se  diga,  la
      casualidad explica muchas cosas y era él y no otro el que estaba aparcado en
      segunda fila en el portal de mi madre aquella mañana que yo vine al mundo.
        Gracias a él y a su ayuda económica pude abrir Puente. Siempre ha estado
      pendiente de mí, de lo que hacía. Al principio, era él quien me ayudaba a llevar
      financieramente el estudio, aunque en ese momento se trataba de una empresa
      mucho más pequeña de lo que es ahora. Luego me recomendó a Óscar y él se
      distanció,  aunque  Óscar  le  mantenía  al  tanto  de  cómo  iba  todo.  Esta  última
      operación,  tristemente,  tampoco  la  consultó  con  él.  Estoy  segura  de  que,  de
      haberlo hecho, mi padre le hubiera quitado esa idea de la cabeza.
        Antonio  es  un  hombre  bajito,  delgado  y  con  poco  pelo.  No  ahora,  que  ya
      tiene más de sesenta años, sino que nunca ha tenido mucho pelo, yo, al menos,
      siempre  le  recuerdo  igual.  No  es  ni  feo  ni  guapo,  es  uno  de  esos  hombres
      normales que físicamente pasan desapercibidos en cualquier lugar. Yo le quiero
      mucho  y  él  a  mí  más,  suponiendo  que  el  amor  pueda  medirse  en  cantidades.
      Digo que me quiere más porque él sería capaz de sacrificarse más por mí que yo
      por  él.  Ésa  es  mi  forma  de  medirlo  y  en  eso  no  tengo  dudas.  Antonio  tiene
      virtudes y defectos, claro. Entre las primeras su bondad, generosidad, exquisitos
      modales y una gran cultura; y entre sus defectos, destaca por encima de todo su
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