Page 42 - Lo Inevitable del Amor
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ganas, nunca había estado con ningún hombre. Tan sólo había besado a un chico
en la boca hacía dos años, pero aquellos ni fueron besos de verdad ni a aquel
adolescente se le podía considerar un hombre.
Las amigas de Ernesta se marcharon a sus casas, pero ella se quedó. Sus
amigas insistieron en que las acompañara, porque quedarse con aquel chico era
arriesgado sin conocerle de nada y, aparte del peligro, eso era propio de una
cualquiera y no de una chica decente como ella. Precisamente fue ése el motivo
por el que Ernesta se quedó con Gene, porque estaba muy harta de ser una chica
decente. Se justificó contándole a sus amigas primero y más tarde a solas a Gene
que se quedaba porque la noche anterior había soñado que se iba a enamorar de
un desconocido. Y no podía ella contradecir ese sueño premonitorio.
Esa misma tarde, en el Retiro, Gene besó a Ernesta. La besó como ella había
soñado que se besaba. Justo así. Eso era besar, ése sí era un hombre y ella ya era
una mujer enamorada. Aquellos besos fueron suficientes para que esa misma
noche Ernesta volviera a casa en ese estado en el que sólo se está la primera vez
que sientes que te has enamorado, cuando todos los seres humanos creemos, uno
tras otro, que acabamos de descubrir lo que realmente es el amor.
Gene le propuso a Ernesta dos días después que se fuera con él a Sevilla.
Aquello era una locura, un lío monumental, pues si aceptaba, se enfrentaría a su
padre y, lo más grave, esa aventura la marcaría para siempre. Las cosas hace
cuarenta años en España eran así y una muchacha inocente que dejara de serlo,
además con un desconocido, tendría difícil casarse de esa manera que Dios
manda, según algunos.
Ernesta se fue a su habitación como cualquier otra noche, dándole un beso a
su padre y otro a la mujer de éste. En la habitación hizo una maleta pequeña con
lo imprescindible porque los nervios, el miedo y la emoción no la dejaban pensar.
Esperó a que todos se durmieran y se fue a Sevilla con Gene, que la esperaba
con un dos caballos en el portal de su casa.
Viajaron toda la noche y llegaron de madrugada. Gene pagó esa misma
mañana por adelantado un mes de alquiler en una buhardilla con vistas a la
Giralda. Eran treinta metros con un sofá, una cama, un baño pequeño y un
balcón. Allí, en aquella habitación, mi madre amó a Gene de esa forma en que
sólo puede amarse la primera vez. Que no es ni mejor ni peor que las siguientes,
pero que ya no puede volver a ser como esa primera vez.
Gene lo pasó bien con ella, claro, pero para él no fue lo mismo. Ernesta
aprendió a estar desnuda frente a un hombre y frente a sí misma, a no
avergonzarse de su deseo, a ser consciente de cada momento de placer. No eran
ésas cosas fáciles para muchas mujeres hace cuarenta años. Gene y Ernesta
vivieron apenas un mes en aquella buhardilla hasta que él se cansó y decidió
regresar a Nueva York a seguir su vida de artista. Ernesta volvió a Madrid y
semanas más tarde se enteró de que estaba embarazada de mí.