Page 39 - Lo Inevitable del Amor
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En  el  Ave  de  regreso  a  Madrid  están  poniendo  una  película  absurda.  Una
      comedia  romántica  para  adolescentes  cuyo  sentido  del  humor  se  basa
      principalmente  en  caídas,  golpes,  eructos,  pedos  y  malentendidos  entre  los
      protagonistas. Todo muy previsible, porque antes de llegar a Lleida ya sé que el
      protagonista va  a  acabar  con  la morena,  que  es  la buena  de  la  peli.  La rubia,
      como casi siempre pasa en las comedias románticas americanas, suele ser más
      superficial e interesada. En el vagón de preferente en el que voy la mayoría de
      asientos están vacíos. Algunas personas duermen, otras leen y otras escuchan la
      película con los auriculares.
        —¿Se encuentra usted bien? —me pregunta una azafata.
        —Sí, no se preocupe —contesto secándome las lágrimas.
        Me  doy  cuenta  de  que  mi  llanto  no  ha  pasado  desapercibido  para  los
      pasajeros que ni duermen ni ven la película. Es normal, porque yo hago mucho
      ruido cuando lloro. El asiento de al lado va vacío, pero en el de la otra ventanilla
      de mi misma fila va un señor mayor que me ofrece un paquete de kleenex sin
      abrir.
        —¡Muchas gracias! —le digo mientras me sorbo los mocos.
        —Llorar es bueno.
        —Yo no quiero llorar.
        —Nadie quiere, pero a veces no queda más remedio.
        La carcajada de un chico que está viendo la película se oye en todo el vagón.
        —¡Mire ése qué contento está! —dice el señor por decir.
        Yo  no  puedo  contenerme  y  lloro  aún  con  más  fuerza.  Tengo  la  cara
      empapada en lágrimas y no doy abasto con los pañuelos. El señor mayor me
      mira sin saber qué decir, así que opta por no decir nada.
        —¡Lo siento! —me disculpo—. Es que no puedo parar.
        —Pues llore, llore. Y desahóguese.
        —Es que me acabo de enterar de una cosa que me entristece mucho.
        El  señor  vuelve  a  quedarse  callado,  supongo  que  por  no  ser  impertinente.
      Cuando me ve un poco más calmada se dirige a mí.
        —¿Cómo se llama, señorita?
        —¡María! María Puente. ¿Y usted?
        —Gabriel. Gabriel Medina.
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