Page 46 - Lo Inevitable del Amor
P. 46
escaso sentido del humor. No me refiero a que sea un hombre huraño ni de ésos a
los que les fastidia que la gente se lo pase bien. Qué va. La cuestión es que
Antonio no capta con facilidad la ironía y hay que tener cuidado porque él es
muy de tomarse todo al pie de la letra. Luego, al rato, al rato largo, lo soluciona
con un « ¡ah, que era broma!» , y ya se ríe.
Mi madre y él siempre se han respetado, que también es una forma de
quererse, a la larga quizá sea la mejor. Son dos personas muy distintas en todo. Te
das cuenta desde el mismo instante en que los ves juntos. Mi madre es una mujer
muy sexy, siempre lo ha sido y aún hoy conserva ese atractivo que descoloca a
los hombres cuando están con ella más de dos minutos. Ernesta también es
elegante, de esas que gustan sin proponérselo, porque basta con verla un instante
para no querer dejar de mirarla. Ella siempre ha puesto muy celosas a las
mujeres de sus amigos. Sin proponérselo, pero aquellas mujeres tenían motivos
para sentir celos.
Antonio, por el contrario, no es un hombre que despierte más interés que el de
su conversación pausada y llena de referencias culturales. Sabe mucho de
historia, de arte, de literatura, de filosofía, de música… Lástima que tenga tantos
conocimientos como escasa pasión. Puede saber, de hecho sabe, toda la obra y
vida de Picasso o de Mozart, conocer en profundidad a Platón o haber estudiado
con esmero a Nietzsche, pero luego no parece capaz de sentir la belleza de esa
música, la profundidad de un pensamiento o el alma de un cuadro después de
analizarlo. Eso, la verdad, ahora que le estoy describiendo, es un poco
desesperante.
Mi madre no. Mi madre es pasión, pura vida; por donde pasa, sin pretenderlo,
irradia esplendor. Físicamente nos parecemos, lo dice todo el mundo. Las dos
somos rubias. Todo lo rubias que podemos ser las españolas, es decir, castañas
claras para un nórdico. De niñas muy claritas, pero de mayores hay que poner
unas mechas para seguir conservando la raíz del mismo color. Cualquier rubia
me entenderá. Las diferencias más notables entre mi madre y yo son que yo soy
un poco más delgada y ella un poco más guapa. Su belleza es contundente, la ves
y ves una mujer guapa, indiscutiblemente. Mi belleza no es tan unánime,
requiere más esfuerzo y tengo que arreglarme un mínimo para estar guapa.
Tengo algunos días en los que, sin ser fea, soy simplemente una chica normal.
Otra diferencia es que ella tiene más pecho que yo. Yo apenas tengo una
ochenta, algo que me acomplejó cuando era joven y me hizo plantearme pasar
por el quirófano para ponerme unas prótesis de silicona, a pesar de que aquello
no era muy coherente con el feminismo radical que defendía con más
convicción en las formas que en el fondo. Menos mal que no me operé porque
ahora estoy encantada con mi pecho y para algún escote que lo precise hay unos
sujetadores con relleno maravillosos.
Mi madre y Antonio estuvieron juntos más de treinta años hasta que se