Page 253 - Abrázame Fuerte
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—Ana… ¿Ahora te pones a escribir? —la riñe David, que no cree que sea el
momento para que su chica se aísle.
—Sí, es que… ¿De dónde crees que salen mis entradas del blog? ¡Después se
me olvida! Pero ya está… Ya he acabado. —Ana sabe cuán importante es
plasmar las ideas cuando éstas aparecen. Si no lo hace así, luego es muy difícil
recuperar las mismas palabras y frases que uno había pensado.
La puerta del Piccolino vuelve a abrirse: el padre de Bea llega resoplando.
—Tarde, como siempre… —le reprende su mujer.
—¿Ha soplado ya las velas? —pregunta el hombre sacando una de las
cámaras.
—Hace un segundo.
—Vaya… Tuve que poner a cargar las baterías…
—Venga, no pongas excusas y tómate algo. Vamos a brindar porque nuestra
hija se ha hecho mayor, y eso quiere decir… que a partir de ahora tendremos
más tiempo para nosotros… —le susurra su mujer, guiñándole el ojo con
picardía y acariciándole la barbilla de modo sensual; el hombre se ruboriza.
Después de que Bea haya soplado las velas, la verdadera fiesta ya ha
empezado. Algunos están picoteando del banquete improvisado y hablan
mientras otros dan pequeños y tímidos pasos de baile al son de la música. Ana y
Silvia se miran. Pese a que aún falta tiempo para que le entreguen el regalo que
han comprado entre todos, quieren darle los que cada una le ha comprado a su
amiga.
Ana se acerca a Bea por detrás y le tapa los ojos con las manos. La chica
estaba hablando con Miguel, quien entiende a la perfección las intenciones de
Ana y disimula. Mientras tanto, Silvia saca dos enormes bolsas envueltas en papel
de regalo, y se acerca a la homenajeada. Ana retira las manos del rostro de Bea,
mira a Silvia y ambas exclaman:
—¡FELICIDADES, CENICIENTA!
Bea esperaba un regalo pero, aun así, el gesto de sus amigas la sorprende.
Antes de abalanzarse a abrir los paquetes, piensa: « Lo primero es lo primero» .
Se vuelve para abrazar a Ana, quien sigue detrás de ella y la recibe con una
sonrisa, y después a Silvia. Bea agradece que hayan montado todo eso porque ¡la
quieren!
—¡Ábrelos! —le urge Ana, quien está más emocionada que la protagonista
de la fiesta.
Bea coge uno de los regalos y, poquito a poco, los desenvuelve.
—¡Un cojín! —exclama—. ¡Es igual que el tuyo, Silvia!
—Sí —confirma ésta, guiñándole el ojo—, siempre te fijabas en él cuando
venías a casa… Pero ¡vamos!, ¡abre el otro!
Ana intenta impedirlo. El siguiente regalo es el suyo. Bea sigue el mismo y
lento ritual para abrirlo.