Page 100 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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montaña  pura!  ¡Que Aratta  edifique  en  un  sitio  elevado  el  exte­
     rior  de  tu  morada, la  casa  bajada  del  cielo!  ¡Que Aratta  me  haga
     con  destreza  el  interior  de  tu  residencia,  el  sagrado  giparul  ¡Déja­
     me  saltar por allí  como  un ternero!  ¡Que Aratta se  someta a Uruk,
     que el pueblo  de Aratta baje para mí piedra de montaña!  ¡Que  con
     esa  piedra  me  construya  el  Urugal  y  que  prepare  el  Gran  santua­
     rio para mí, que  haga surgir el  Gran santuario, destinado  a los  dio­
     ses, y  que  me  construya  mi  sagrado  lugar  en  Kullab!
       Después  de solicitarle  aquellos  materiales  necesarios para la  edi­
     ficación de  recintos sagrados  en Uruk y Kullab, Enmerkar también
     le requirió ayuda a fin de que se pudiera magnificar el Abzu, el tem­
     plo que el dios de la sabiduría, Enki, tenía en Eridu. Continuó, pues,
     diciendo  Enmerkar:
       — ¡Hermana  mía!  ¡Que Aratta  haga  que  el  templo Abzu  suga
     ante  mí  como  las  puras  montañas, que  haga  a  Eridu  prístino  para
     mí  como  las  estribaciones  de  las  colinas, que  haga  que  el  recinto
     del Abzu  destaque  como  la  plata  en  un  filón!  En  cuanto  a  mí,
     cuando  haya  hecho  los  rituales  de  alabanza  desde  el Abzu,  haya
     traído  el  cargo  sagrado  de  Eridu,  haya  hecho  verdeante  la  coro­
     na  de  príncipe  en,  como  si  fuera  una  corona  de  basalto  verde,
     cuando  en  Uruk  y  en  Kullab  coloque  la  sagrada  corona  en  mi
     cabeza  y  me  lleve  él  pontífice  desde  el  Urugal  al giparu  y  desde
     éste  al  Urugal, la  gente  me  mirará  admirada  y  Utu  me  verá  con
     alegría.
       Al  finalizar  aquí  sus  peticiones,  la  encantadora  reina  del  cielo
     puro, la que vigila las montañas, Inanna; la joven  cuyo  khol se pone
     para  agradar  a  su  amado  Amaushumgalanna,  la  reina  de  todas  las
     tierras, le  respondió  a  Enmerkar, el  hijo  de  Utu:
       — ¡Ven  aquí, Enmerkar, déjame  instruirte!  ¡Ojalá  sigas  mi  con­
     sejo!  ¡Déjame  decirte  algo!  ¡Ojalá  que  me  escuches!
       Tras  estas  palabras,  con  las  que  exigía  la  máxima  atención  a
     Enmerkar, Inanna prosiguió  diciendo:
       — Cuando  hayas  escogido  de  entre  tus  tropas  a  un  mensajero
     inteligente,  que  tenga  fuertes  muslos,  ¿a  dónde  debería  llevar  el
     gran  mensaje  de  la  inteligente  Inanna?


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