Page 99 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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de  la jornada, en  el  Urugal,  el  templo  de An.  Por  otra  parte,  una
      abundantísima  inundación,  generadora  de  carpas, y  una  lluvia  que
      producía  cebada  veteada, se  unieron  en  Uruk  y  Kullab  para  enri­
      quecer ambos  asentamientos  sumerios.

         En aquel tiempo cuando no existía aún el país de Dilmun, cuan­
      do  el límite  de  la  casa venida  del  cielo, el Eanna, estaba  tocando  el
      dique  limítrofe  de  Kullab,  la  sagrada  Inanna  quiso  hacer  que  su
      santo  giparu  — recóndita  estancia—   destacara  sobre  el  adobe  de
      Kullab  como  la  plata  destella  en  un filón.
         Tampoco,  entonces,  los  mercaderes  descargaban  mercancías  ni
      comerciaban;  ningún  marinero  llevaba  cargamento  ni  hacía  rutas
      por  mar.  Oro, plata,  cobre,  estaño, lapislázuli  y la  simple  piedra  de
      montaña:  ninguno  de  estos  bienes  se  bajaba  de  sus  montañas.  La
      gente  no  se  bañaba para las  fiestas  en jofainas  de  cobre, no  se  sen­
      taba  en  lujosos  asientos, pasaba  el  día  trabajando.
         En  la  lejana Aratta,  el  señor  de  tal  ciudad  hizo  para  Inanna  un
      lecho, ricamente  adornado; hizo  que, como  el sol  naciente, lanzara
      rayos  de  muchos  colores.  Construyó  también  para  ella  una  casa,
      hecha  de  hermoso  lapislázuli,  verde  y  floreciente, como  un  árbol
      mesu.  El  señor  de Aratta  colocó,  además,  en  la  cabeza  de  Inanna
      una  corona  dorada. Pero  a la diosa  todo  aquello  no  le  agradó  tan­
      to  como  lo  que  hizo  el  señor  de  Kullab.  El  señor  de  Aratta,  sin
      embargo, no  fue capaz de construir para ella algo parecido al recin­
      to  del  Eanna  y  al  lugar sagrado,  el giparu,  que  destacaba, brillando,
      sobre  el  adobe  de  Kullab.


         Por  otro  lado,  en  aquellos  días  el  señor,  cuya  imagen,  desde  las
      cimas  de  las  montañas,  estaba  en  el  sagrado  corazón  de  Inanna,
      Enmerkar,  hijo  de  Utu  y  al  tiempo  hermano  de  Inanna,  rogó  a
      ésta, la  reina  que  emite  truenos  en  cuanto  diosa  de  las  tormentas,
      diciéndole:
        — ¡Hermana mía!  ¡Que  la ciudad de Aratta me trabaje  con  des­
      treza  oro  y plata  para  Uruk, que  me  corte  claro  lapislázuli  en blo­
      ques, y  que  con  ámbar y  brillante  lapislázuli Aratta  construya  una


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