Page 108 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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País Alto,  de  los  inmaculados  me  sagrados, la  brisa  de Aratta,  simi­
     lar  al  sagrado  viento  del  norte,  portador  de  lluvia,  ¡deja  que  mi
     superioridad  sea  conocida  en  ese  día!»
        El  señor  de Aratta  prosiguió:
        — Como  te  acabo  de  decir  yo  preferiría,  en  vez  de  guerra,  un
     combate  singular  entre  dos  mentes  ingeniosas,  cada  una  designada
     por el bando  contendiente, pero mientras tanto  en cuanto a la ayu­
     da de  grano  que se  nos  debe, no  le  permitas  a tu  señor cargarla  en
     carretas, no le permitas traerla por medio de porteadores a las mon-
     tañas.Y, cuando la haya dispuesto, no le permitas colocarla en yugos
     de  transporte; pero  si,  habiéndola  llenado  en  redes  de  carga  sobre
     asnos — y preparado  asnos  de  reserva junto  a  ellos— , él la  apila  en
     el patio  de Aratta, entonces  sí  que  dice bien, e  Inanna, el poder  de
     la lluvia, la alegría del granero, habrá controlado a Aratta.Ya no habrá
     guerra. El guerrero, preparado para  rivalizar en la polvorienta bata­
     lla, en  la  «danza  de  Inanna», se  declarará  derrotado. Habrá  lanzado
     de la mano a Aratta, como si fuera una planta de «cadáver de perro»,
     la  planta  que  huele  mal.  En  ese  preciso  día, yo, por  mi  parte,  me
     inclinaré ante tu señor.Yo me someteré, al igual que la ciudad, como
     inferior.  ¡Vete  y  díselo!
       Después  de  que le hubo  dicho  esto, el señor de Aratta hizo  que
     el  mensajero  reprodujera  con  su  boca  todas  sus  palabras.
       El  mensajero  de  Uruk,  como  un  toro  salvaje,  durmió  sobre  su
     grupa, descansando como una mosca de la arena. Al amanecer estu­
     vo  listo  para  partir.  En  Kullab,  enclave  edificado  de  ladrillo,  puso,
     finalmente, tras  efectuar  el  viaje  de  regreso, los  pies. Al  patio  prin­
     cipal, el  patio  del  Consejo, se  encaminó  el  mensajero  y  a  su  señor
     le  transmitió  de  forma  correcta  el  mensaje, lo  rugió  ante  él  como
     un  toro, imitando  la  manera  agresiva y  chillona  del  señor  de Arat­
     ta. Enmerkar, semejante  a  un  pastor de  bueyes, que  no  se  intimida
     ante  sus  animales, prestó  atención.
       Oídas  las  palabras,  el  rey, pensativo, se  acercó  con  paso  lento  al
     hogar de la regia estancia. Clavados un instante sus ojos sobre la leña
     que  ardía,  meditó  durante  breves  segundos;  luego,  volvió junto  a
     su  mensajero.


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