Page 106 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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señorío  de  Kullab, terreno  de  un  gran lugar sagrado. Debo  comu­
     nicarle  tu  mensaje,  como  un  buen  mensaje,  a  Enmerkar,  hijo  de
     Utu, en el recinto del Eanna, en su giparu, adornado de flores como
    los nuevos brotes de los árboles mesu. ¡Déjame informar a mi señor,
     el  señor  de  Kullab, de  tus  buenas  palabras!
       Después  de  que  estuviera  hablando  así  el  mensajero  de  Uruk,
     el  señor  de Aratta,  sin  inmutarse, pues  también  se  creía  protegido
     de  Inanna, desde  la  posición  de  su  poderío  y  prestigio  le  dijo:
       — Mensajero,  cuando  hayas  hablado  con  tu  señor,  el  señor  de
    Kullab, y  comentado  acerca  de  mis  palabras,  dile  como  respuesta:
    «Yo  soy  el  señor que  sigue los ritos  de purificación, a  quipn la  rei­
    na  del  cielo  y  de  la  tierra, la  medialufia  del  cielo,  Inanna, dueña  y
    señora  de  todos  los  me  divinos, la  santa  Inanna, ha  traído  a Aratta,
    la montaña  de  los  puros  me  divinos.  Soy  la persona  a  la  que  Inan­
     na  ha  hecho  cercar  el  acceso  a la  montaña, a  este  País Alto, como
    si fuera una puerta. ¿Cómo puede Aratta inclinarse ante Uruk?» Vete
    y  dile: «¡No  habrá  sumisión  alguna  de Aratta  a  Uruk!»
       Luego  de  haberle  hablado  de  este  modo,  el  mensajero  replicó
    al  señor  de Aratta:
       —La  gran  reina  del  cielo  que  cabalga  en  lo  alto  de  las  formi­
    dables  leyes  divinas,  que  habita  sobre  el  trono  de  la  cordillera  de
    cimas  montañosas,  dispuesta  en  el  estrado  del  trono  de  las  cum­
    bres, mira con todo  afecto  a mi señor. Siendo  sirviente  de  ella, ¡An
    y  la  reina  se  han ido  con él al Eanna!  ¡El  señor de Aratta se  some­
    terá!  ¿Puedo  decirle  estas  palabras  en  el  palacio  de  ladrillos  de
    Kullab?
       Oídas  aquellas  palabras,  impensables  para  el  señor  de Aratta,  el
    corazón  de  aquel  señor  ardió, se  le  atoró  la  garganta, no  supo  qué
    replicar ante la osadía del mensajero. Intentó, una y otra vez, encon­
    trar  una  respuesta.  Con  la  cabeza  inclinada  miraba  a  sus  pies  fija­
    mente  con  ojos  como  sin  sueño/Poco  a  poco  fue  reaccionando.
    Intentó  encontrar una  réplica. Dejó, al  fin, escapar un  grito  y  rui­
    dosamente, como  un toro, bramó la réplica al mensaje del enviado.
       — Mensajero  -—-le  dijo— ,  cuando  hayas  hablado  a  tu  señor  de
    Kullab y le  hayas  transmitido mis palabras, dile: «En la gran  cordille-


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