Page 113 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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El mensajero al irse a Aratta, hubo de pasar las montañas. Iba
sobre las cordilleras como un búho, sobre las dunas de arena como
una mosca, a través de los pantanos como una carpa. Al cabo de
su marcha puso felizmente el pie en la Corte de Aratta. El cetro
que portaba en sus manos lo habían pulido muy bien, se había
hecho un buen trabajo. ¡Brillaba extraordinariamente! ¡Encerraba
potencias mágicas!
El señor de Aratta recibió al mensajero. Éste tan sólo le entre
gó el cetro, sin decir palabra alguna. El señor de Aratta, de inme
diato, hubo de protegerse los ojos a causa de la brillantez hiriente
del cetro. Las irisaciones del mismo se le figuraban como dañinos
seres monstruosos y como viscosa sangre que subía y bajaba. A su
vista huyó despavorido y fue a refugiarse en su aposento privado.
El señor, después de calmarse un poco, mandó llamar a su shatam-
mu, el senescal, y le dijo:
— Aratta se ha convertido realmente en una oveja descarriada,
en verdad su camino yace en tierra hostil. Malos presagios se cier
nen sobre ella. Desde que la sagrada Inanna entregara la augusta
Aratta al señor de Kullab, el mensajero enviado por éste logra hacer,
como si fuera un sol naciente, aparentes los significados más nubla
dos. Ahora la sagrada Inanna nos está mirando, así que, oh senes
cal, ¿adonde podría Aratta escapar de ella?, ¿cuánto tiempo pasará
antes de que la mano se ponga sobre la azada otra vez? ¡Vayamos,
en lo más penoso de nuestra necesidad, en nuestra extrema ham
bre a arrastrarnos ante el señor de Kullab!
Aquellas palabras significaban ceder a las exigencias de Enmer
kar: la entrega de metales y piedras y la sumisión. Pero cambiando
otra vez de idea, el señor de Aratta le confió al mensajero de Kullab
unas nuevas palabras para cerrar definitivamente la cuestión. Al igual
que un kunukku, un gran sello, con su impronta cierra el conteni
do de un recipiente, así esperaba el señor de Aratta que finalizaría
su contencioso con Uruk.
— Mensajero, cuando hayas hablado con tu señor, el señor de
Kullab, y comentado sobre ello, dile: «Que el campeón no sea negro,
ni blanco, ni marrón, ni gris, ni verde, ni iridiscente, pero ¡que me
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