Page 116 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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El  mensajero, en presencia  del señor  de Aratta, proclamó, como
    en  ocasiones  anteriores, la  preeminencia  de  su  señor. Y  comenzó
    diciendo  las  palabras  iniciales  que  sabía  de  memoria,  se  las  estaba
    diciendo  al  señor  de Aratta.
       — Al ocurrir que tu padre, mi señor, me ha enviado  a ti, al ocu­
    rrir  que  el  señor  de  Uruk y  de  Kullab, me  ha  enviado  a  ti...
       — ¿Qué  me  importan  las  palabras  de  tu  señor?  — le  interrum­
    pió con altanería el señor de Aratta— . ¡Qué me importa lo que dije­
    ra  a  continuación!
       — Señor — prosiguió  el  mensajero— , ¿qué  dijo  mi  rey?  ¿Quie­
    res  saber  qué  dijo  más?  Mi  señor,  descendiente  de  Enlil,  crecido
    tan alto  como  un  árbol gishimmaru, que  es  sobresaliente  en  señorío
    y  majestad,  Enmerkar,  el  hijo  de  Utu,  me  ha  dado  una  tablilla.
    Cuando  el  señor  de Aratta  haya  mirado  la  arcilla  y  comprendido
    el  significado  de  las  palabras  que  hay  en  ella  y  me  haya  dicho  lo
    que  tiene  que  decirme  sobre  ella,  déjame  anunciar  tu  opinión  y
    mensaje  a  mi  rey,  al  vástago  que  lleva  una  barba  de  lapislázuli,  al
    que  nació  de  su  robusta  vaca, en  la  tierra  alta  de  inmaculados  ofi­
    cios,  al  que  fue  criado  en  el  suelo  de Aratta,  al  que  fue  amaman­
    tado  con  leche  de  la  ubre  de  una  buena  vaca, al  que  es  digno  del
    señorío  de  Kullab, país  de  los  altos  cargos  sagrados, a  Enmerkar, el
    hijo  de  Utu,  en  el  recinto  del  Eanna,  en  su giparu,  florido  como
    los brotes  de  un  árbol  tnesu.  ¡Déjame  informar a mi señor, el señor
    de  Kullab!
       Después  de  que  le  hubo  hablado  así,  el  señor  de Aratta  tomó
    en  sus  manos  el pedazo  de  arcilla  del  mensajero. El señor  de Arat­
    ta escrutó la arcilla: nunca había visto nada igual. Las palabras dichas
    tenían forma de clavo, su estructura estaba grabada. El señor de Arat­
    ta  siguió  mirando  el  pedazo  de  arcilla.  ¡No  salía  de  su  asombro!
    ¿Qué  era  aquello?

       Sin  embargo, he  aquí  que  el hijo  de Enlil, de  nombre  Ishkur, el
    tronador  del  cielo  y  de  la  tierra, la  remolineante  tormenta, el  gran
    león, vio  aquel  día  adecuado  para  fiarse, para  enviar lluvias  fertili­
    zantes,  para  ser  generoso  con  los  humanos.  Las  montañas  estaban


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