Page 119 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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bles  sean  conocidos. Un  río  que  no  brilla  no  abunda  en  agua  que
     fluye,  no  lleva  agua.  Que  Enlil,  el  rey  de  todas  las  tierras, lo  haga
     brillar  en  todo  su  esplendor.»
        La  mujer  sabia  le  propuso  las  instrucciones  para  el  trueque  de
     productos  con Aratta.
        — Mi señor, para comerciar con los encargos de oro, plata y lapis­
     lázuli, las  gentes  de Aratta  harán  ajustes  de  valor  con  los  productos
     que  Uruk les pueda dar: variadas  frutas, dátiles, trigo, cerveza, carne.
     Comerciarán  con  pepitas  de  metales  preciosos  y  para  Inanna, seño­
     ra  del  Eanna, los  apilarán  en  montones  en  el  patio  del  Eanna.  Mi
     señor, ¡ven!, ¡déjame aconsejarte y ojalá  que sigas mi  consejo!  ¡Déja­
     me decirte una palabra y ojalá que la sigas! Cuando estas gentes hayan
     mostrado  los  metales  de  las  montañas  al  país, Aratta  manifestará  su
     pujanza, pero  también será signo  de  haber pactado  contigo.
       Mirando a su señor que había permanecido totalmente en silen­
     cio, la  consejera finalizó  sus  palabras  diciendo:
       — Mi  señor, las  gentes  dirán:  «Enmerkar  fue  capaz  de  traer  oro
     a  nuestra  ciudad.» Tú  podrás  decir:  «Cuando  hube  venido  de  allí,
     del  País Alto, la  reluciente  reina  me  dio  mi  estado  regio. An,  el  rey
     del  cielo, me  dio  el  señorío. En  su  ciudad no  se  habían  construido
     templos, yo los construí. Los ornamenté con nobles metales, los teché
     con  lapislázuli.  No  se  cantaban  canciones, yo  hice  que  se  cantaran
     canciones. A  lo  largo  de los  días  hice  que  se  entonaran  cantos.»
       Enmerkar  miró  a los  ojos, intensamente  negros,  de  su  conseje­
     ra.  La  tarde  iba  declinando,  dejando  el  dios  Utu  en  el  horizonte
     algunos jirones  de  sus  rojizos  resplandores. Los  templos  de  Uruk y
     de Kullab se iban recortando en el cielo a medida que el dios Nan-
     na, personificado  en  la  luna, avanzaba  por  él.




                 EN M ER KA R  Y  EN SU H KESH DA N NA

        Una larga composición sumeria — 282 líneas— , catalogada como «zami»
       y  registrada  en  numerosas  tablillas, sin que  ninguna  de ellas contenga  la
       totalidad  del  relato,  da  a  conocer otro  interesante  mito,  centrado  nueva­


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