Page 115 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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oro, plata y ámbar para  Inanna, señora  del Eanna, y  que  todos  esos
     bienes  los  apilen  en  la  Corte  de Aratta  antes  de  traerlos  a  Uruk.»
        El  señor de  Kullab  nuevamente  interrumpió  sus  palabras  al  lle­
     gar a este punto. Sin  embargo, a las  dos peticiones  exigidas, añadió
     una  tercera.
        —En tercer lugar, cuando  hayas hablado  con  él y hayas  comen­
     tado  sobre  ello,  dile:  «Que  yo  no  tenga  que  dispersar  a  su  ciudad
     como  a  palomas  salvajes  de  su  árbol.  Que  no  tenga  que  aplastarla
     como  a  una  ciudad  enemiga,  que  no  tenga  que  valorarla  según  el
     precio corriente del mercado para esclavos. Que no tenga que dejar
     a la  doncella  del  viento, un  espíritu  maligno, rondarla.»
        Tras  detenerse  un  momento, continuó  diciendo:
        — Cuando  venga, después  de  que  haya cargado piedra  de  mon­
     taña, que  esté  construyendo para  mí  el  Urugal, que  haga  prístina  a
     Eridu  y  que  el  templo Abzu  brille  y  que  decore  sus  cámaras  por
     el  exterior con jalbegue.  Que  haga  que  su  sombra  se  extienda  por
     todo  el país para  mí. Para que  tú  puedas  traer de vuelta su  prome­
     sa, ponle  sobre  aviso  de  todo  esto.
        En aquel día las palabras del señor de Kullab habían sido muchas.
     Además  eran  difíciles  de  retener  y  su  significado  no  era  para  son­
     dear. Al ser sus palabras  difíciles, el mensajero  no  fue  capaz  esta vez
     de  repetirlas  de  memoria,  cuando  su  señor se  las  exigió.  Como  el
     mensajero, por  ser  las  palabras  difíciles  y  muchas,  sería  incapaz  de
     transmitirlas  verbalmente,  el  señor  de  Kullab  tomó  arcilla  con  su
     mano, la  alisó  y  puso  por  escrito  sus  palabras  en  ella  a  la  manera
     de una  tablilla. Mientras  que  hasta  entonces  no  había habido  nadie
     que  pusiera las  palabras  en la  arcilla, ahora, en  aquel  día, así  vino  a
     suceder  en  realidad.  El  señor  de  Kullab  puso  palabras  en  arcilla.
     ¡Así  sucedió  realmente!  ¡Había  nacido  la  escritura!

       El mensajero, como  un pájaro, estaba batiendo las  alas, como  un
     lobo  atacando  a  un  gamo,  estaba  apresurándose  para  la  matanza.
     Cinco montañas, seis montañas, siete montañas cruzó. Luego, levan­
     tando  los  ojos,  vio  que  se  estaba  acercando  a Aratta.  Finalmente,
     puso  el pie  en  la  Corte  de  aquella  ciudad.


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