Page 144 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Gilgamesh, el  señor  de  Kullab, ante  las  palabras  de  los  hombres
    de  su  ciudad, sintió  alegrarse  su  corazón, notó  que  se  esclarecía  su
    espíritu. A  su  siervo  Enkidu, creado  en  la  estepa  por la  diosa Aru-
    ru, a partir  del  barro, le  dijo:
       — Que  los  carpinteros  repongan  las  correas  a  los  instrumentos
    de batalla.  Que  se  saquen las  armas  del  arsenal y  que  se  devuelvan
    a  vuestros  brazos. Toma  en  tu  mano  el  arma  de  combate.  ¡Que
    produzcan  miedo  y  terror!  Que  cuando Agga  venga,  le  llegue  de
    improviso,  en  verdad,  un  gran  miedo.  ¡Que  caiga  sobre  él  el  mie­
    do  que  yo  inspiro!  ¡Que  su juicio  se  confunda!  ¡Que  su  pensa­
    miento  se  haga  pedazos!


       No  pasaron  cinco  días, no  pasaron  diez  días  antes  de  que Agga,
    el  hijo  de  Enmebaragesi, pusiera  sitio  a  Uruk,  alineara  sus  tropas
    alrededor  de  la  ciudad.
       En  Uruk  la  situación  se  volvió  crítica  ante  la  presencia  de  los
    sitiadores, venidos  de  Kish.
       Gilgamesh, el  señor  de  Kullab,  dijo  a sus  guerreros:
       — Guerreros  míos, todos  estáis  preocupados, con  el  gesto  ceñu­
    do. Que uno que tenga corazón se levante y diga «¡Dejadme ir con­
    tra Agga!»
       Birhurtur, su  oficial  real, efectuó  su  propio  elogio  ante  su  rey  y
    dijo, levantándose  entre  los  mozos:
       — ¡Dejadme  ir  contra Agga!  ¡Que  su juicio  se  confunda!  ¡Que
    su  pensamiento  se  haga pedazos!
       Birhurtur salió por la puerta principal de la ciudad. Cuando esta­
    ba  saliendo  a  través  de  aquella  puerta, fue  detenido  de  inmediato.
    A pesar de su bravura, pues golpeaba con su maza a diestro y sinies­
    tro,  por  todas  partes,  hubo  de  someterse  a  los  hombres  de  Agga.
    Fue  conducido  rápidamente  ante  aquél.  El  prisionero  inútilmente
    llamó  a Agga.  Sus  palabras  no  se  oyeron,  dado  el  griterío  de  los
    guerreros  de  Kish.
       Ante  aquella  situación,  el  armero  de  Uruk, subió  a  la  muralla,
    se  asomó  desde  lo  alto  de  ella. Agga,  al  verlo, llamó  al  prisionero
    Birhurtur,  que  había  sido  conducido  a  su  presencia.


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