Page 148 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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ella haber comprobado que también los dioses — pocos, en ver
dad— estaban sometidos a la muerte. Egime había comprendido
que su hermano, el dios Lil, ya nunca más volvería a estar con ella
y con su familia, a no ser que An, el gran dios, determinase lo con
trario, con el visto bueno de Enlil, el Señor del destino y ejecu
tante de las órdenes de aquél.
— Hacia mi hermano — se decía la diosa— le hago llegar lamen
tos, gemidos, quejas de todo tipo. Repito una y otra vez: «¿Hasta
cuándo permanecerás en el Más Allá?» Constantemente repito:
«¿Hasta cuándo?» ¡Oh gurush, tu madre también repite lo mismo!
Gashan-mah, tu madre, se lamenta de dolor.
La diosa, visiblemente emocionada, continuó con sus palabras
de dolor. Haciendo acopio de entereza, ante la pérdida de su her
mano, no cesaba en sus quejas.
— Egime, que soy yo, la Señora de los secretos, la que en el
Emah, el templo de nuestra madre, es princesa, repite: «¿Hasta
cuándo?» Atu-tur, una diosa amiga, que controla los decretos de
los dioses, enterada de lo que te ha ocurrido, repite también:
«¿Hasta cuándo?» Hermano mío, tu madre repite: «¿Hasta cuán
do?» El dolor no sólo afecta a los dioses, también los templos
manifiestan su dolor por tu partida al otro mundo, al Kur. El
gran templo de Kesh, los muros de Uru-sar, el santo Emah repi
ten: «¿Hasta cuándo?» Tu madre exclama: «Oh hijo mío, ¿a quién
puedo confiarte en la mansión de Ereshkigal, la reina del Infier
no?»
A medida que las palabras se hacían más quejumbrosas, el dios
Lil iba descendiendo hacia la Montaña, hacia la mansión del sub-
mundo. Sus miembros, al llegar al Más Allá, quedaron completa
mente rígidos; su rostro, antaño hermoso, no mostraba ninguna señal
de vida.
— ¡Hermano mío — insitía Egime— , levántate del lugar donde
estás. N o te abandones a la muerte. Vuelve en ti. Vuelve con noso
tros. Tu madre está muy preocupada por ti. El ishshakku de la ciu
dad, el dios Shulpaea, esposo de tu madre, también está muy inquie
to. Lo está asimismo Ashshiki, el príncipe de la ciudad de Kesh, al
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