Page 139 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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vino  errabunda  hasta  mí,  hasta  Kullab,  construida  de  ladrillos.  Si
      realmente  ella  ama  a  su  ciudad, seguramente  debe  odiarme.  ¿Por
      qué,  entonces,  une  mi  suerte  con  la  de  la  ciudad?  Si  realmente
      odia  a  su  ciudad,  debe  seguramente  amarme. ¿Por  qué, entonces,
      une  mi  suerte  con  la  de  la  ciudad?  Cuando, por  sí  sola, la  sagra­
      da  diosa  que  me  ha  echado  de  su  sagrado  lado,  como  hace  el
      Pájaro  del Trueno  con  su  cría  una  vez  que  las  alas  están  total­
      mente  crecidas,  que  me  ha  abandonado  solo  en  medio  del  país
      enemigo,  quiera  concederme  el  retorno  de  nuevo  a  Kullab,  en
      ese  día  ella  se  puede  llevar  mi  lanza,  en  ese  día  puede  poner  a
      descansar  mi  escudo. Así, pues,  ¡dile  esto  a  mi  noble  hermana,  la
     sagrada  Inanna!
        Recibidas  estas  órdenes,  Lugalbanda  se  alejó  de  la  gigantesca
     tienda  de  campaña,  pero  sus  hermanos  y  camaradas  le  gruñeron,
     como si fuera un perro extraño que hace una intrusión entre perros,
     como a un potro extraño que hace una incursión entre potros. Pala­
     bras  como  púas  se  levantaron  ante  él.
        —¿Cómo  has podido  decir al señor?: «Envíame  de vuelta a  ella,
     envíame a  Uruk.» A Enmerkar, el  hijo  de  Utu, ¿cómo  le  has podi­
     do decir?: «Déjame ir solo a Kullab y que ningún hombre vaya con­
     migo.»  Nunca,  estando  solo, podrías  sobrevivir  en  el  camino.  Con
     nuestro  benevolente  espíritu  guardián, que  nos protege  a  cada  uno
     de nosotros, y que no debería salir de aquí sin ti y con nuestra bene­
     volente diosa tutelar, que no debería alejarse de aquí sin ti, dado que
     tú  no  te irás  de  aquí  con  ellos  lejos  de  donde  caminamos  y  como
     tú  no  te  sentarás, por  ahí  con  ellos  lejos  de  donde  nos  sentamos,
     vamos  a  echarlos.
        Después  de  reprocharle  así  a  Lugalbanda  su  deseo  de  acudir  a
     Kullab, manifestando también  el miedo  que  tenían de  que sus  espí­
     ritus protectores les pudieran abandonar a ellos para seguir a Lugal­
     banda  y  proteger  tan  sólo  a  éste, los  hermanos  y  camaradas,  sin­
     tiendo,  sin  embargo,  pena  por  las  nuevas  fatigas  que  habría  de
     soportar  el  héroe, le  continuaron  diciendo:
       —Lo mismo que un hombre solo no debe caminar por las gran­
     des  cordilleras, pues  tal hombre  no  ha  de  retornar a vivir  entre  los


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