Page 138 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Si  quieres  ir  a  la  ciudad y  que  ningún  hombre  vaya  contigo,
     jura  por  el  aliento  de  la  vida  del  cielo, jura  por  el  aliento  de  la
      vida de la tierra. ¡Que los grandes  me divinos  de Kullab jamás esca­
      pen  de  tu  mano!


        Enmerkar, yendo  directamente  desde  la  asamblea  de  las  tropas,
      que  había  sido  convocada  para  solicitar  que  un  hombre  fuera  a
      Kullab, a la gigantesca tienda de campaña, espléndida como un pala­
      cio,  tienda  que  descansaba  como  una  gran  montaña  en  el  suelo,
     Enmerkar, sí,  el  hijo  de  Utu,  elevó  duras  palabras  a  la  diosa  Inan­
     na. Dijo  en  voz  alta:
        — En  su  momento  y  lugar mi  noble  hermana, la  sagrada  Inan­
     na,  en  verdad, me  imaginó  en  su  sagrado  corazón  desde  la  cima
      de  la  montaña  y  en  verdad  me  hizo  entrar  en  Kullab,  construido
      de  ladrillo,  y  en  Uruk,  lugar  que,  aunque  pantanoso,  tiene  aguas
     que  fluyen,  aunque  tierra  seca,  le  crecen  los  álamos  del  Eufrates,
     aunque  cañaveral, le  crecen cañas jóvenes y viejas. Enki, el  dios  del
     fundamento  y  el  dueño  de  Eridu,  hizo  que  se  eliminaran  para  mí
     ciertamente sus viejas cañas, hizo  que se liberaran para mí sus aguas
     fecundantes.  En  50  años  yo,  en  verdad, he  edificado  en  Eridu,  en
     50  años, lo  he  completado  con  hermosos  templos. Verdaderamen­
     te,  en  los  confines  de  Sumer  y Akkad  los  nómadas  martu,  que  no
     conocen  el grano, han  hecho  acto  de presencia, se  han  alzado. Mas
     las  murallas  de  la  ciudad  de  Uruk yacen  extendidas,  cual  una  red
     para atrapar pájaros en la estepa.Y sin embargo, ahora, aquí, mi deseo
     ha  muerto, mi  potencia  ha  sido  disminuida.  Ciertamente, mis  tro­
     pas  confían  todavía  en  mí, están  unidas  a  mí  como  una vaca  atada
     a  su  ternero.
        Tras estas palabras, elevadas a Inanna, y que reflejaban el temor del
     rey Enmerkar de ser derrotado no sólo en tierras de Aratta, sino tam­
     bién  en  su  propia  ciudad, desguarnecida  de  sus  poderosas  murallas  y
     amenazada por las  correrías  de  los  beduinos, el  soberano  de  Uruk y
     de  Kullab, dirigiéndose  ahora al  héroe  Lugalbanda le  dijo:
        — ¡Escucha,  Lugalbanda!  Habiendo  dejado  la  ciudad  como  un
     niño  que  odia  a  su  madre,  mi  noble  hermana, la  sagrada  Inanna,


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