Page 157 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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lamentos. El gudi, sonoro  instrumento, lo  colgó  en  la  pared  de  la
    Casa  de  la  Música.
       Después  de  recordar  la  triste  situación  de  su  esposa, Urnamma
    centró  su  lamento  en  su  reino  y  familia.
       — Alguien — continuó  diciendo  el  rey—   está  sentado  sobre  mi
    trono,  cuyo  disfrute  no  pude  llegar  a  ver  cumplido.  Está  sentado
    como  si  lo  estuviese  sobre  la suciedad  de  unas  ruinas. Alguien  está
    durmiendo  en  mi  lecho,  cuyas  delicias  no  había  podido  disfrutar
    completamente.  ¡Ay  de  mi  mujer!  Se  halla  entre  lágrimas.  ¡Ay  de
    mis hijos!  Se  hallan lamentándose. Mis  sirvientes  entonan lamentos
    por  ellos.
       Sin dejar de suspirar, Ürnamma evocó la ausencia de Inanna, dio­
    sa  que  no  pudo  socorrerle, pero  a  quien  reconoció  el  interés  por
    su  causa.
       — El  día  en  que yo  fui tratado  así, Inanna, la reina  de la batalla,
    no  estuvo  presente  durante  mi juicio. Enlil  la  había  enviado  a  tie­
    rras  extranjeras  como  heraldo para tratar importantes asuntos. Lue­
    go, después  de  haber alejado  su  mirada  de  aquellos  lugares,  Inanna
    entró  desafiante  en  el  brillante  templo  Ekur.  Lanzó  una  mirada
    destructiva  al  fiero  rostro  de  Enlil.  De  aquel  dios,  que  miraba  de
    un  lado  a  otro, hubo  de  oír lo  siguiente:
       — ¡Gran  reina  del  templo  Eanna,  el  que  ha  muerto  no  subirá
    ya  de  nuevo  por  amor  a  ti!  El justo  pastor  dejó  el  Eanna:  ¡no  lo
    volverás  a  ver!


       Inanna,  la  luz  esplendorosa, la  hija  mayor  del  dios  luna  Sin,  al
    oír  aquellas  palabras,  hace  añicos  el  cielo,  hace  temblar  la  tierra.
    Inanna  destruye  establos,  devasta  apriscos, diciendo:
       — A An, el rey de los dioses, quiero devolverle el ultraje. A Enlil,
    que  ha  alzado  mi  cabeza  al  lado  suyo,  ¿quién  le  ha  cambiado  la
    orden?  La  sublime  palabra  que  el  rey An  pronunció,  ¿quién  la  ha
    cambiado?  Las  leyes  del  país  no  han  sido  respetadas.  ¿Ya  no  existe
    la progenie del lugar de los dioses, donde el sol nace? Ellos han deja­
    do huérfano mi sagrado gipar, mi estancia de la capilla Eanna, como
    una  montaña  deshabitada.  Quisiera  que  mi  pastor  siguiera  trayén-


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