Page 232 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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tus gritos de maldición le alcancen. Que Anzu, caminando entre las
tinieblas, pierda sus fuerzas, y que no vea nada. Que, sin poder esca
par de ti, deje caer sus alas en el transcurso del desafío.
Después de aquellas palabras le dio unos consejos. Mah le dijo:
— Cambia tu cara en la de un demonio, extiende una niebla tal
que no te reconozca. Que Shamash, allá en lo alto, deje de brillar*
convirtiéndose así de día pleno en noche negra. Después erígete
en señor de su vida: ¡domeña a Anzu! Y que los Vientos se, lleven
sus alas al secreto, hasta el templo Ekur, morada de tu padre.
Habiendo oído a su madre, el campeón tomó coraje y se diri
gió hacia la montaña. La que embrida a los Siete Vientos malva
dos, los siete torbellinos que remueven el polvo, Mammi, la que
embrida a los Siete Vientos malvados, empujó a Ningirsu al com
bate. Los Siete Vientos malvados lo acompañaban y los dioses vol
vieron su atención hacia la montaña.
Cuando el campeón apareció sobre la montaña de Anzu, éste,
habiendo apercibido la presencia de Ningirsu, avanzó hacia él y
aquel ser divino, rechinando los dientes como una fiera, recubrió
la montaña con su resplandor sobrenatural. Anzu rugió como uní
león furioso. Con el corazón rebosante de rabia, gritó al campeón:
— ¡He monopolizado todos los me! ¡Poseo todos los poderes
divinos! ¿Quién eres tú para venir a luchar contra mí? ¡Explícate!
Oyendo aquellas palabras, Ningirsu, el campeón, respondió a.
Anzu:
— He venido a combatirte y a destruirte por orden de Ea, el·
sostén de Duranki, el que determina los destinos. Destruiré tu coraza
Cuando Anzu oyó aquello, lanzó un grito salvaje.
Ambos chocaron, el combate causó estragos. La coraza de Anzu
quedó destrozada y el pecho ensangrentado.
El preferido de Mammi, el auxiliar de An y de Dagan, el favo
rito del príncipe, le disparó una flecha. Sin embargo, al no haberle
tocado a Anzu, la flecha retornó, porque Anzu, en virtud de la
palabra mágica que le dispensaba uno de los me, le había dicho:
— ¡Flecha que llegas, vuelve a tu caña! ¡Retorna a tu forro, a tu
madera del arco!
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