Page 233 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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La lucha prosiguió, pero Anzu parecía invencible. Por  ello, Nin-
     girsu no dudó en enviar a un mensajero al dios Ea para pedirle con­
     sejo  de  cómo  poder vencer definitivamente  al  poderoso Anzu.
        El  mensajero  volvió  con  estos  consejos  acerca  de  la  táctica  a
     seguir:
        — He aquí, Ningirsu,lo que me ha dicho Ea: «Córtale las alas, muti­
     lándole, tanto la derecha como la izquierda, de modo que ante la visión
     de  sus  alas  destrozadas, el  espanto  le  impida  pronunciar  palabras. El
     gritará: “¡Mis  alas!  ¡Mis  alas!” No  tengas miedo. Conviértete  en  señor
     de  su  vida y, habiendo  encadenado  a Anzu, que  los Vientos  se  lleven
     sus alas a  un lugar secreto. Después invade y devasta la montaña y sus
     praderas. No perdones la vida de ese malvado Anzu. La realeza, enton­
     ces, volverá al Ekur y los me regresarán a tu padre y progenitor. Obten­
     drás, edificadas debidamente, capillas en tu honor y en el mundo ente­
     ro podrás  instalar tus santuarios.»  Ésas  han sido  sus palabras.
        Ningirsu, habiendo oído  este mensaje de su padre, retomó  cora­
     je  y  combatiendo  bravamente  avanzó  hacia la montaña.  Se  adornó
     de  sus  armas  de  lucha, entre  ellas, los  Cuatro Vientos.
        Ante  la  presencia  del  poderoso Anzu  la  tierra  tembló,  el  día  se
     oscureció,  el  cielo  se  envolvió  de  tinieblas,  pero  el  malvado  Anzu,
     incapaz de hacer fiente al choque de la tempestad, dejó caer sus alas.




              EL  MITO  DE, ANZU  (VERSIÓN  RECIENTE)

        — ¡Voy a  cantar al Rey  de los pueblos, al preferido  de  Mammi,
     al  omnipotente  hijo  de  Enlil!  ¡Voy  a  celebrar  a  Ninurta,  el  prefe­
     rido de Mammi, al omnipotente hijo  de Enlil!  ¡Nacido  en  el Ekur,
     la  «Casa Montaña», el  primero  de  los Anunnaki, sostén  del  templo
     Eninnu, irrigador  de  los  rediles,  de  los  matorrales,  de  las  lagunas,
     de  los  terruños  y  de  las  ciudades!  ¡Marejada  alta  de  los  combates,
     belicoso  agitador  de  los  elementos  guerreros!  ¡Hombre  de  armas,
     rabioso  e  infatigable, cuyos  asaltos  causan pavor!
       Después  de  estas  palabras,  dichas  en  homenaje  de  Ninurta,  el
     narrador, enfáticamente, prosiguió  diciendo:


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