Page 236 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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Bien  pronto  se  expandió  por  todas  partes  la  inmovilidad,  rei­
       nando  el  silencio.  Enlil, soberano  y  padre  de  los  dioses,  permane­
       cía paralizado  y  el  santo  de  los  santos  despojado  de  su  majestad.
         Entonces, de todas partes, acudieron los dioses para que en asam­
       blea  se  adoptase  una  decisión  a  fin  de  remediar  aquel  estado  de
       cosas. Anu,  su  presidente,  habiendo  abierto  su  boca,  tomó  la  pala­
       bra  y  dirigiéndose  a  los  dioses, sus  hijos, les  dijo:
         — ¿Quién  de entre vosotros  irá  a  dar muerte  a Anzu  y adquiri­
       rá  así  una  celebridad  universal?
         — ¡El  irrigador!  — gritaron— .  ¡El hijo  de Anu!  ¡Adad, el irriga­
       dor,  el  hijo  de Anu!
         El  presidente  de  la  reunión  se  dirigió, pues, a  él:
         — ¡Adad,  el  muy  fuerte!  ¡Adad,  el  terrible!  N o  declines  este
       combate. Ve  a  destruir  a  ese Anzu  con  tu  arma y  así  serás  famoso
       en  la  asamblea  de  los  grandes  dioses,  inigualable  entre  los  dioses,
       tus  hermanos.  Obtendrás,  debidamente  edificadas,  capillas  en  tu
       honor y  en  el  mundo  entero  tú  instalarás  tus  santuarios.  Ocurrirá
       lo mismo  en  el Ekur. Así adquirirás, ante los  dioses, gloria y omni­
       potencia.                                                   ;
         Pero Adad le  dio  esta  respuesta:
         — Padre  mío, hacia  esa montaña inaccesible, ¿quién  se  apresura­
       rá?  ¿Quién  de  entre  los  dioses, tus  hijos, podrá  reducir a Anzu?  Se
       ha  apropiado  de  la Tablilla  de  los  Destinos,  se  ha  apoderado  de  la
       soberanía,  dejando  vacíos  los  poderes  divinos, puesto  que  él  se  ha
       ido volando a ocupar su montaña. En adelante su palabra vale como
       la  del  divino  Enlil  Duranki. A  una  palabra  suya  aquel  que  quede
       maldecido  está  abocado  a la nada.
         Ante  estas  palabras,  los  dioses  se  atemorizaron,  mientras  que
       Adad, volviendo  la  espalda, renunciaba  a  la  expedición.
         Entonces  los  demás  dioses  gritaron:
         — ¡Que  vaya  Girru, el  hijo  de Annunit!
         El  presidente  se  dirigió, pues, a  él:
         — ¡Girru,  el  muy  fuerte!  ¡Girru,  el  terrible!  No  declines  este
       combate. Ve  a  destruir  a Anzu  con  tu  arma  y  así  serás  famoso  en
       la  asamblea  de  los  grandes  dioses.


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