Page 240 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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La Tablilla  de  los  Destinos,  que  él  detentaba, había  así  suprimi­
      do  la  cuerda  del  arco  y  alejado  de  su  cuerpo  la  flecha. El  comba­
      te, pues, se  interrumpió  y la  batalla  se  detuvo. También  se  abrevió
      el  choque  de  las  armas  sobre  la  montaña  sin  que  Ninurta  hubiese
      podido  vencer  a Anzu.
         Entonces  Ninurta  llamó  a Adad  y le  dio  esta  orden:
         — Lo  que  tú  has visto, vete  a  repetírselo  a Ea y  dile: «He  aquí lo
      que  ha  hecho  Ninurta,  oh  Señor.  Contra Anzu,  una  vez  investido
      con  su  coraza, Ninurta, cubierto  con  el polvo  del  campo  de batalla,
      ha  tomado  su  arco  y lo  ha  armado. Desde  la panza  del  arco  ha lan­
      zado  una  flecha  contra Anzu, pero  la flecha  ha  regresado  sin  haber­
      lo  tocado  porque Anzu le  había  gritado  palabras  mágicas. No  te las
      repito, pues  las  conoces. En  cualquier  caso  dile  que  yo, Ninurta, no
      lo  he  podido  vencer.»  Eso  es  lo  que  me  ha  dicho  que  te  diga.
         El Príncipe Ea, el avisado, habiendo oído aquel asunto de su muy
      querido  dios, interpeló  a Adad y le  dio  esta  orden:
         — Vete  a repetir a  tu señor, a Ninurta, mis palabras. Todo lo  que
      voy a decirte, repíteselo: «El  combate  no  se  detendrá nada más  que
      con  tu  victoria. Agota  a Anzu,  tanto  y  tan  bien,  exponiéndolo  a
      los  golpes  de los  vientos,  que  se  vea  obligado  a  dejar  caer sus  alas.
      Entonces,  en  lugar  de  tus  flechas, agénciate  un  arma  afilada  y  cór­
      taselas,  mutilándole  a  derecha  e  izquierda  de  modo  que  a  la  vista
      del  estado  de  sus  alas  se  vea  obligado  a  hablar  con  su  boca:  él  no
      hará nada más que reclamar primero un ala, después la otra. No ten­
      gas  entonces  ningún  temor,  sino  que  toma  solamente  tu  arco  y
      que  de su panza partan las flechas  como  relámpagos, al  tiempo  que
      sus  alas  y  plumas  se  agitarán  ensangrentadas.  Conviértete, pues,  en
      señor de su vida: vence a Anzu y que los vientos se lleven  al  secre­
      to  sus  alas  hasta  el  Ekur, la  casa  de  tu  padre. Invade  y  devasta  lue­
      go la montaña y sus praderas, corta la garganta del malvado Anzu.»
         Ea  continuó  diciéndole  a  Adad  que  gracias  a  aquella  acción
      Ninurta dispondría de capillas y santuarios en la totalidad del mun­
      do y  que  adquiriría  gloria y omnipotencia ante  el resto  de los  dio­
      ses. También le  recordó  que  esto  mismo  le  había  ofrecido  a  él  con
      anterioridad, pero  que  lo  había  rechazado.


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