Page 237 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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El  dios  Anu  le  repitió  las  mismas  palabras  con  las  que  había
   intentado  convencer a Adad  para  que  fuese  a  matar  a Anzu.
      Girru,  que  había  escuchado  con  toda  atención  a Anu, le  res­
   pondió negativamente. No deseaba ir a luchar contra aquel enemigo
   que  detentaba  la  totalidad  de  los  poderes  divinos.
     Los dioses, que  continuaban sobrecogidos  de temor, gritaron un
   tercer nombre:
     — ¡Shara, el  muy  querido  por  Ishtar!  ¡Que  vaya  él!
     Anu, el presidente, se  dirigió  a  Shara pidiéndole  que  acudiese  a
   enfrentarse  a Anzu.  Pero  también  Shara  renunció  a  la  expedición.
     Los dioses, entonces, permanecieron mudos y renunciaron a su pro­
   yecto. Los  Igigi, sin abandonar el lugar, se  quedaron  ofuscados y per­
   turbados. Sin  embargo, el  avisado, el residente  del Apsu, el ingenioso
   imaginó  un  plan  en  su  espíritu  muy  sabio. El  inteligente  Ea  rumió
   un  plan y le  dijo  a Anu lo  que  había meditado  en su  corazón:
     — Voy  a  hablar y  a  subvenir  a  las  inquietudes  de  los  dioses.  En
   plena  asamblea  designaré  al  futuro  vencedor  de Anzu. Voy  a  hablar
   y a subvenir, yo mismo, a la inquietud de los dioses. En plena asam­
   blea, repito, designaré  al  futuro  vencedor  de Anzu.
     Y     los  Igigi,  oída  esta  declaración,  acudieron  a  besarle  los  pies.
   El  príncipe  abrió, pues, la  boca  y  dirigió  estas  palabras  a Anu  y  a
   Dagan:
     — Es  preciso  convocar  a  la  Señora  de  los  dioses, la  primogéni­
   ta, la  experta, la  consejera  de  los  dioses, sus  hermanos, y proclamar
   en  la  asamblea  su  dignidad  suprema,  debiéndole  rendir  honores
   todos  los  dioses  reunidos.  Le  diré  entonces  lo  que  he  pensado.
     Ellos  la  convocaron  sin  pérdida  de  tiempo.  Después  de  procla­
   mar en la asamblea su dignidad suprema y rendirle  honores, el dios
   Ea, con la sabiduría de su corazón, le dirigió estas palabras a la Seño­
   ra  de  los  dioses:
     — Antes se te llamaba Mammi, pero  en adelante  tu nombre será
   «Señora  de  todos  los  dioses». Pero  concédenos  a  tu  preferido, bri­
   llante  y  poderoso,  al  ancho  de  pecho,  al  atleta,  el  único  capaz  de
   finalizar  batallas  y  guerras.  Concédenos  a  Ninurta,  esplendoroso  y
   potente, tu  preferido,  el único  capaz de  finalizar batallas y  guerras.


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