Page 235 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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— Este ser es, sin duda, el agua de las crecidas, motivadas por las
lluvias que las divinidades del Apsu precisaban para disponer de agua
clara. La inmensa tierra lo ha concebido y puesto en el mundo sobre
un pico de la montaña.
Después de darle aquella escueta explicación, Ea continuó
diciéndole:
— Tras haber examinado a ese Anzu y ver sus posibilidades, no
estaría de más, oh Enlil, que pasase eternamente a tu servicio y así,
en tu santuario, se encargara de cerrar la puerta del santo de los
santos. ¡Deberías tomarlo a tu servicio!
El dios Enlil aceptó lo que le había propuesto Ea.Y Anzu tomó
posesión del santuario de Enlil, distribuyendo sus trabajos a todos
los dioses. De acuerdo con su decisión, Enlil cuidó de que Anzu
estuviese junto a sí, encargándole de la vigilancia de la puerta del
santo de los santos, misterioso lugar que hacía poco había acabado
de construir en su templo Ekur.
Todos los días Enlil tomaba su baño de agua clara ante Anzu.
De esta manera Anzu observaba los hechos y gestos de su sobera
no. Tenía siempre delante de sus ojos la corona imperial del Señor
y su manto divino, al igual que la Tablilla de los Destinos, de la
cual Enlil no se separaba.
A fuerza de ver, de aquella manera, al padre de los dioses, a Enlil
Duranki, Anzu decidió robarle la soberanía:
— Me apoderaré — se dijo— de la divina Tablilla de los Desti
nos, monopolizaré las funciones de todos los dioses, tendré el tro
no para mí solo y yo seré el Señor de todos los poderes divinos,
de todos los me. ¡Así mandaré a todos los Igigi!
Habiendo rumiado en su corazón semejante golpe de fuerza,
esperó la llegada del alba a la entrada del santo de los santos que
él guardaba.Y mientras que Enlil tomaba su baño de agua clara, des
pojado de sus vestidos y la corona depositada sobre su trono, Anzu
se apoderó de las Tablillas de los Destinos, tomando para sí, con
ello, la soberanía, y dejando vacíos los poderes divinos. Después de
haber hecho aquello, a golpe de alas, huyó a su montaña.