Page 39 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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pura  tierra  de  Dilmun.  Su  belleza  aumentaba  con  el  paso  de  los
     meses.


        Un día, la hermosa Ninkura salió a pasear por los jardines y mar­
     jales de las afueras de la ciudad. También entonces, casualmente, Enki
     se  hallaba  navegando  en  su  barca  por el  pantano. Vio  desde  la  dis­
     tancia  a  aquella joven  diosa. De  nuevo, encendido  por la pasión, le
     dijo  a  su  mensajero  Isimu:
        — Isimu, ¿no besaré a la joven, a la hermosa doncella? ¿No besa­
     ré  a  Ninkura, la  hermosa  doncella?
        Igual  que  había  ocurrido  con  Ninsar,  el  dios  Enki,  favorecido
     por  el  viento  de  Isimu, llegó  a  la  orilla  y  desembarcó.  Sin  tardan­
     za  se  acercó  a  la  bella  Ninkura  y  la  abrazó,  la  besó. También  ver­
     tió  su  semen  en  el  seno  de  Ninkura.
        Tras haber transcurrido los nueve meses de la maternidad, la bella
     Ninkura  dio  a  luz  a  Uttu,  que  creció  plena  de  hermosura, y  que
     supo acrecentarla con hermosos vestidos multicolores de lana y lino,
     dado  que  se  había  convertido  en  la  Señora  de  los  tejidos.
        Nintu, la madre del país, cuando ya Uttu había alcanzado su edad
     apropiada, le  salió  a  su  encuentro  y le  dijo:
        — Uttu, te  voy  a  dar un  consejo. Espero  que  lo  aceptes. Acepta
     la  palabra  que  voy  a  decirte.  ¡Escucha!  Alguien  entre  los  marjales,
     siempre, se  halla  mirando  a  su  alrededor, siempre  está  al  acecho  de
     hermosas  doncellas.
        Uttu  le  hizo  caso  a  la  madre  del  país.  Se  recogió  en  su  casa  y
     se  dedicó  a  sus  tareas.  Sin  embargo,  sabedor  Enki  de  la  existencia
     de  Uttu,  deseó  poseerla.  Para  poder  llegar  ante  ella  y  seducirla  se
     vio  obligado  a  producir  hermosos  frutos. A  tal  fin,  llenó  de  agua
     canales y  acequias, hizo  que  las  aguas  diesen  nacimiento  a  variados
     frutos.
        Un  día,  un  diligente jardinero,  que  en  su  pequeño  huerto  se
     cuidaba  de los albaricoques, de las  manzanas y de las  uvas  que  cre­
     cían gracias al agua fecundante, propiciada por Enki, recibió la visi­
     ta  del  dios. Tras  acogerle  cordialmente  y  abrazarle le  dijo:
        — ¿Quién  eres  tú, que  has  regado  mi jardín?


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