Page 395 - El nuevo zar
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una compañía offshore llamada Rosinvest, creada bajo instrucciones de Putin
en 2005. Entre sus supuestas inversiones estaba la construcción de una
residencia de vacaciones enorme en la costa del mar Negro cerca de Sochi,
aquella descrita como «apta para un zar». Estaba rodeada por un muro y
puertas de seguridad adornadas con el emblema del Estado ruso; contenía tres
helipuertos, un edificio de servicios, un gimnasio, un bungaló y un anfiteatro,
además de la casa principal. El avión privado que ese día de mayo los
transportaba de Suiza a Sochi a ellos y a una tripulación de tres finlandeses
pertenecía a Airfix Aviation, que entonces era absoluta propiedad de Guenadi
Timchenko.[27]
El surgimiento de todas esas acusaciones al final de la presidencia de
Putin creó una expectativa —una esperanza vaga, realmente— de que la
transición política haría posible un cambio. El informe de Nemtsov y Milov
se leía como una plataforma política para la oposición en una campaña
presidencial que en realidad nunca se produjo. Exigía las reformas que Putin
había prometido pero que nunca materializó: el combate a la corrupción entre
policías y fiscales; nuevas leyes que prohibieran los conflictos de intereses y
de negocios por parte de los legisladores; la profesionalización del ejército; la
construcción de carreteras modernas; la creación de un sistema sanitario
operativo, cuya ausencia había contribuido a la caída demográfica de la
población y a una expectativa de vida, para los hombres especialmente, que,
aunque ahora aumentaba, permanecía muy por debajo de los niveles de
Europa y Norteamérica. Putin, decían ellos, había despilfarrado el aumento de
los precios de la energía que alimentaba el innegable auge, especialmente en
Moscú, que resplandecía como nunca antes. Incluso si Putin estaba decidido a
quedarse como primer ministro, muchos querían creer que, con el tiempo,
pensaba ceder control político a una nueva generación de líderes. Con
Medvédev a la cabeza, Putin podía convertirse en el Deng Xiaoping de Rusia,
con las riendas oficiales en sus manos y blandiendo el poder detrás de escena
para asegurar el cumplimiento de sus políticas, como hizo Deng durante cinco
años más hasta su muerte, en 1997. Muchos allegados a Putin creían eso, y él
no lo desmintió, ni siquiera a Medvédev, quien había pasado los anteriores
ocho años junto a él en el Kremlin. Medvédev manifestó muchas de las
mismas preocupaciones que estos dos críticos habían detallado. Creía en la
modernidad, en una transición hacia un mercado más libre y una sociedad
política, o al menos eso dijo. «La libertad es mejor que la no libertad», decía