Page 441 - El nuevo zar
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benéficos en 2007 y, sin embargo, había pagado dividendos tan míseros a sus
accionistas.[3] Parecía haber expuesto el ardid de la compañía para dirigir
ingentes sumas de dinero al Kremlin, en especial al Servicio de Protección
Federal, que proporcionaba seguridad a los funcionarios estatales y estaba
encabezado por Víktor Zólotov, que durante mucho tiempo había sido
guardaespaldas de Putin.
Navalni no tenía la potestad jurídica para investigar, pero utilizó el último
espacio libre para divulgaciones públicas en Rusia —internet— y compiló un
catálogo virtual que incluía actividades ilícitas, conflictos de interés y
especulación rapaz con las arcas presupuestarias del Estado. Además de
Transneft, sacó a la luz contratos sospechosos, en general salvajemente
inflados, de corporaciones y agencias de Gobierno; oscuras actividades
comerciales de diputados de la Duma; y propiedades lujosas que ellos y
funcionarios del Gobierno adquirían para sí mismos y sus hijos, pese a sus
modestos salarios oficiales. Hizo lo que había hecho Serguéi Magnitski y unió
las piezas del rompecabezas con pruebas extraídas de los registros públicos,
que se habían vuelto más accesibles, aunque no exactamente transparentes, lo
cual respondía, en parte, a iniciativas propuestas por Medvédev, incluida una
que requería que todas las licitaciones del Gobierno fueran publicadas en
internet. Navalni creó una página web, rospil.ru, que se convirtió en un foro
de escrutinio de esas ofertas y logró generar el suficiente escándalo político
para obligar a rescindir algunos contratos, aunque fueron pocos los
procesamientos de importancia resultantes de sus divulgaciones.
Navalni aprovechó el descontento creciente respecto de la Duma, del
sistema, incluso de Putin. Todo esto lo hizo famoso, y Navalni no calló su
ambición de liderar un movimiento político que pudiera torcer el rumbo de
Rusia. Alto, rubio y apuesto, con una mandíbula cincelada y un sentido de
alegre indignación, parecía la primera figura política que emergía de la
oposición atomizada con atributos suficientes para convertirse en un
contendiente viable para el propio Putin. Eso no podía pasar desapercibido
durante mucho tiempo. Ni tampoco el rol que las reformas liberalizadoras de
Medvédev habían cumplido al permitir el peligroso e inesperado desafío de
Navalni al poder.