Page 439 - El nuevo zar
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EL RETORNO
Por segundo día en el otoño de 2011, los delegados del único partido político
que realmente importaba en Rusia se reunieron en el estadio Luzhnikí, el
principal predio deportivo del país, construido en la década de 1950, en el
punto más alto del poderío soviético. Allí se presentaron los únicos Juegos
Olímpicos que se habían jugado en la Unión Soviética, en Moscú en 1980, y
pronto sería renovado para la Copa Mundial en 2018. En diciembre de 2010,
Rusia había ganado la competición para ser sede de ese torneo a pesar de una
candidatura deslucida que pareció condenada hasta que Putin en persona
intervino para supervisar la propuesta y obtener contribuciones de los
oligarcas del país. Rusia fue acusada de comerciar votos con Qatar, que
también hizo una oferta y ganó la copa para 2022, votos que seguirían siendo
una fuente de controversia y escándalo para el órgano rector del deporte, la
Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA, por sus siglas en
francés). Incluso hubo acusaciones de que Rusia había ofrecido pinturas
sacadas de los almacenes del Museo del Hermitage en San Petersburgo a
modo de obsequios para los delegados que votaran finalmente por otorgarles
la copa. Se dijo que una de las pinturas era un Picasso; la otra era un paisaje
que fue descrito por el destinatario como «espantosamente feo».[1]
Ese día de septiembre, más de diez mil delegados de Rusia Unida llenaron
tribunas adornadas con carteles del partido y banderas rojas, blancas y azules.
La congregación no se parecía a una convención política de estilo
estadounidense, sino a un despliegue de vasallaje a un partido y un Estado
que, según advertían más de un puñado de observadores, evocaba a los