Page 437 - El nuevo zar
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petróleo del país sin que alguien en el Gobierno lo advirtiera en aquel
momento.
Los tribunales en Rusia se habían politizado tanto para entonces que
Jodorkovski no podía esperar imponerse. Su defensa era solo un ejercicio para
deslegitimar el proceso judicial, y lo logró. El procesamiento fue aún más
enredado y confuso que en su primer juicio, y convertía en una burla la
promesa de Medvédev de poner fin al «nihilismo jurídico». Todo el litigio
estuvo plagado de errores procedimentales y acusaciones confabuladas o
contradictorias, y careció de la menor apariencia de justicia. El espectáculo
fue ampliamente criticado fuera de Rusia por tratarse de una muestra del
Estado autoritario en que se había convertido el país.
En la víspera del veredicto del juez, Putin intervino enérgicamente con
uno propio. «Estoy convencido de que “los ladrones deben permanecer en la
cárcel”», declaró en su aparición anual en el programa de llamadas el 16 de
diciembre, haciendo alusión al diálogo de una serie de televisión de 1979,
Mesto vstrech zimenit nelzia [El lugar de reunión no puede cambiarse]. Habló
acerca de la condena anterior de Jodorkovski como si ya hubiera probado su
culpabilidad en relación con las nuevas acusaciones, y lo comparó con el
financiero estadounidense Bernard Madoff, que recientemente había sido
condenado a ciento cincuenta años por llevar adelante uno de los más grandes
esquemas Ponzi de la historia. La respuesta de Putin sonó profundamente
emocional, llena de ira e indignación personal. Hasta fue más allá de las
acusaciones mismas y sugirió que Jodorkovski había ordenado a su jefe de
seguridad cometer el asesinato del alcalde de Nefteyugansk, donde se
encontraban los principales campos petrolíferos de Yukos. «Una mujer en
Moscú se negó a entregar su pequeña propiedad y la mataron a ella también.
Y luego mataron al asesino al que contrataron para llevar a cabo esos
asesinatos. Lo único que encontraron fue su cerebro, salpicado por todo el
garaje.»
A esa altura, incluso Medvédev debió objetar. Por primera vez, criticó
abiertamente a Putin, diciendo que nadie, ni el presidente ni el primer
ministro, tenían derecho a dictar sentencia antes de que la emitiera el tribunal.
Su amonestación no tuvo ningún efecto. De hecho, el veredicto ya estaba
decidido, con ochocientas setenta y ocho páginas escritas para que el juez las
leyera, como revelaría su propio asistente más adelante, al describir las
reuniones recurrentes y la implacable presión por parte de altos funcionarios.