Page 433 - El nuevo zar
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Putin debió responder.
«¿Adónde va nuestro dinero?», escribió el bloguero, que se presentó como
Aleksandr, de un pueblo cercano a Tver. Se quejaba de que el pueblo había
perdido el magro equipo que tenía para combatir los incendios que cercaban
las viviendas de los habitantes. Luego señaló una de las propuestas insignia de
Medvédev: crear un centro semejante a Silicon Valley para la innovación
tecnológica en el suburbio moscovita de Skólkovo. «¿Por qué cada año
caemos más y más abajo en un sistema social que es incluso primitivo? ¿Qué
cojones nos importa tu centro de innovación en Skólkovo, si no tenemos
camiones de bomberos?»[18]
El hecho de que la extensa diatriba criticara un proyecto estrechamente
vinculado a la presidencia de Medvédev y no al propio Putin puede haber sido
la única razón por la que recibió la atención que recibió. Una diatriba como
esa contra Putin hubiese sido demasiado tóxica para que un medio la
discutiera tan abiertamente, pero esta tuvo mucho eco, y Putin era sensible a
los cambios en la opinión pública. Nueve días más tarde, apareció en la
televisión pilotando un avión anfibio para combatir en persona los incendios.
El avión aterrizó en el río Oká para cargar agua y luego arrojarla sobre una
turbera llameante al sudeste de Moscú.
—¿Lo he hecho bien? —preguntó Putin, girándose hacia el piloto.
—¡Directo al blanco! —replicó el piloto.
Esas imágenes, por muy evidente que fuera la escenificación montada por
los consejeros de medios del Kremlin y los dóciles canales de televisión, eran
notablemente eficaces. Putin era la celebridad última de la realidad del
Kremlin, el líder indispensable, incluso un «glamuroso ícono sexual de élite»
cuyas escenas de riesgo parecían destinadas a provocar «reacciones
apasionadas, incluso sexualizadas», en las mujeres.[19] Medvédev nunca
disfrutó de la misma adulación, ni espontánea ni planeada. Mientras que antes
Putin se negaba con modestia a los despliegues que suponían un culto a la
personalidad y decía que las manifestaciones de reverencia al líder de la
nación evocaban inapropiadamente el estalinismo, ahora parecía abrazar esos
despliegues más que nunca.
Las publicitarias escenas de riesgo no solo servían a las políticas de Putin:
también a su vanidad. Y parecía tomarse su vanidad muy en serio. Apenas
semanas después de cumplir cincuenta y ocho años, Putin apareció en público