Page 555 - El nuevo zar
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se hizo eco de su renuencia, el jefe del sindicato y Yakunin se dirigieron a él
               con dureza y llamaron a su visión «indigna».

                    «Nuestro país está sancionado —le dijo Yakunin—. Nuestro presidente se
               mantiene  solo  y  de  pie  en  el  parapeto.  ¿Y  hablas  de  joder  al  país  hasta  el

               punto de que impongan sanciones adicionales? Lo harán. No importa lo que
               hagas, incluso si te arrastras boca abajo frente a ellos, ¡lo harán! ¿Entiendes?
               Así que o sales huyendo del país o te comportas como es apropiado, como un

               ciudadano de este país.»





               Nueve días más tarde, después de que Putin hubiese dejado claros sus deseos,

               el comité ejecutivo del sindicato aceptó a los tres nuevos equipos en la liga
               profesional de Rusia. Serguéi Stepashin, el predecesor de Putin como primer

               ministro  y  ahora  miembro  del  comité  ejecutivo  del  sindicato,  les  había
               advertido: «No hacen directivas. ¡Crimea es, a priori, un territorio de Rusia!».

                    Crimea se había convertido en el nuevo grito de campaña en torno al cual
               la nación se uniría detrás de Putin, el argumento que ponía fin a cualquier

               debate.  La  anexión  llevó  su  índice  de  aceptación  a  más  de  un  85  %,  y  el
               estado de sitio que siguió —amplificado por la propaganda política orwelliana
               en la televisión estatal— sostuvo el apoyo popular a Putin en el país durante

               los  meses  venideros.  Tras  un  cuarto  de  siglo  de  apertura  desde  el  colapso
               soviético, de intercambio económico y cultural, la mayoría de los rusos otra

               vez miraba al mundo exterior como a un enemigo llegado a la puerta, al que
               había que temer o resistir. La mentalidad de estar sitiados justificaba cualquier
               sacrificio. «Cuando un ruso siente la presión extranjera, nunca abandona a su
               líder  —dijo  uno  de  los  vice  primeros  ministros  de  Putin,  Ígor  Shuválov,

               considerado  uno  de  los  liberales  en  su  gabinete—.[27]  Sobreviviremos  a
               cualquier  dificultad  en  este  país:  comeremos  menos,  utilizaremos  menos

               electricidad.»

                    El  temor  a  la  censura  o  a  algo  peor  ciertamente  silenció  las  voces
               disidentes, pero Putin había reivindicado su lugar en el pináculo del poder,
               líder  indisputable  de  un  país  que  ya  no  era  una  democracia,  excepto  en  la

               periódica simulación electoral. Después de retornar al poder en 2012 sin un
               propósito claro salvo el ejercicio del poder en sí mismo, Putin ahora halló el
               factor unificador para una nación grande y diversa que aún lo buscaba. Halló
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