Page 550 - El nuevo zar
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sabe  que  lo  resolveremos  de  un  modo  u  otro,  pero  ya  no  quiere  hacer
               concesiones.»

                    Para Putin, lo personal se había vuelto política. El pragmatismo de sus dos
               primeros mandatos como presidente hacía tiempo que había terminado, pero

               ahora  el  levantamiento  en  Ucrania  indicaba  una  ruptura  fundamental  en  la
               trayectoria que había seguido desde que Yeltsin inesperadamente le entregara
               la presidencia en los albores del nuevo milenio. Durante catorce años en el

               poder, se había concentrado en devolverle a Rusia su lugar entre las potencias
               del mundo, integrándola a una economía globalizada, obteniendo beneficios y
               explotando las entidades financieras del libre mercado —bancos, mercados de

               valores,  operadores  comerciales—  para  el  beneficio  de  esos  magnates  más
               allegados a él, por supuesto, pero también para los rusos en general. Ahora
               iba a reivindicar el poder de Rusia con o sin el reconocimiento de Occidente,

               apartándose de sus valores «universales» —la democracia y el imperio de la
               ley— como de algo extraño a Rusia, algo diseñado no para incluir a Rusia,

               sino para subyugarla. La nación se convirtió en «rehén de las particularidades
               psicosomáticas  de  su  líder»,  escribió  el  novelista  Vladímir  Sorokin  tras  la
               anexión.

                    «Todos sus temores, pasiones, debilidades y complejos se vuelven política

               de Estado. Si está paranoico, todo el país debe temer enemigos y espías; si
               tiene  insomnio,  todos  los  ministerios  tienen  que  trabajar  de  noche;  si  se
               vuelve  abstemio,  todos  deben  dejar  de  beber;  si  se  convierte  en  borracho,

               todos deben darse a la bebida; si no le gusta Estados Unidos, combatido por
               su  querido  KGB,  toda  la  población  debe  tener  aversión  a  Estados

               Unidos.»[19]

                    La  oposición  a  Putin  —al  putinismo—  continuaba  existiendo,  pero  los
               sucesos de 2014 la alejaron aún más hacia la periferia de la sociedad. Los
               líderes que sí planteaban algún desafío o podían llegar a plantearlo alguna vez

               eran  asediados  más  que  nunca.  Algunos  se  marcharon  incluso  antes  de  los
               sucesos  en  Ucrania,  como  Garri  Kaspárov,  que  temió  un  arresto  inminente
               después de que el comité investigador de Aleksandr Bastrikin lo llamara por

               teléfono  y  hablara  con  su  madre  mientras  él  se  encontraba  de  viaje.  Una
               llamada telefónica del comité era ahora una advertencia tan ominosa como lo
               había sido el golpe a la puerta del KGB.[20] Kaspárov fue seguido de otros

               que fueron sacados a la fuerza de Rusia por los investigadores: el economista
               Serguéi  Guríev,  que  había  sido  asesor  de  Medvédev;  un  antiguo  banquero
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