Page 545 - El nuevo zar
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como extraoficialmente. Al principio, sus líderes eran rusos étnicos, incluido
un antiguo o posiblemente actual oficial de inteligencia militar, Ígor Guirkin,
conocido por su nombre de guerra, Ígor Strelkov. Las milicias que se
formaron —y había muchas, con cadenas de mando poco claras— incluían a
combatientes locales y «voluntarios» de Rusia, quienes, como insistía poco
convincentemente el Kremlin, se unieron a los levantamientos por un puro
deseo fraternal de defender el ruski mir. Algunos habían luchado en los
conflictos anteriores a lo largo de los límites deshilachados del Imperio
soviético a principios de la década de 1990, como Abjasia y Osetia del Sur, en
Georgia, y la porción de territorio de Moldavia conocida como Transnistria.
Estaban apuntalados por comandos y oficiales de inteligencia rusos y, luego,
por soldados regulares, despachados como «voluntarios» por sus comandantes
con la promesa de una paga extra y con la orden del Kremlin de renunciar a
las fuerzas militares y no vestir ninguna insignia rusa. Putin no quería
arriesgarse a una intervención abierta de Rusia y la falta de claridad
enmascaraba la extensión de la actividad de Rusia, suficiente para crear
confusión y, como esperaba él, división y debate dentro de Europa sobre con
qué contundencia responder. Como predijo Guerásimov, el conflicto en
Ucrania oriental desdibujaba las líneas entre la guerra y la paz, entre el
instigador y el defensor. El Kremlin continuó negando la existencia de
combatientes y armamento rusos en Ucrania aun mucho tiempo después de
que llegaran a Rusia los primeros ataúdes de soldados y fueran enterrados en
secreto, al igual que aquellos que habían muerto para la Unión Soviética en
Afganistán. Seguiría negándolo incluso después de que soldados rusos fueran
capturados dentro de Ucrania y exhibidos por las autoridades allí.
El 6 de junio, Putin viajó a Francia para asistir a las ceremonias de
conmemoración del septuagésimo aniversario del desembarco de los aliados
en Normandía el Día D. Su ostracismo era palpable. El G7, tras haber
expulsado a Rusia, se reunía esa semana en Bruselas en lugar de hacerlo en
Sochi. Incluir a Putin en las ceremonias de conmemoración era símbolo del
homenaje que se rendía a la aportación de la Unión Soviética para vencer a
los nazis, pero la intervención de Rusia en una nueva guerra volvía tirante
incluso esa cortesía. Los líderes europeos se frustraban más y más con las
negaciones de culpabilidad de Putin y su insistencia de que solo una
resolución política era posible, así como él estaba igualmente frustrado con
los esfuerzos ucranianos para reafirmar el control en las regiones orientales.