Page 548 - El nuevo zar
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los campos de trigo. Esta era la guerra de Putin y ni los mejores esfuerzos de
               los  propagandistas  del  Kremlin  para  enturbiar  las  aguas  —transmitiendo
               reclamos falsos y teorías conspirativas— no lograron obviar la culpa. Aunque
               él  no  lo  entendiera,  otros  alrededor  sí  lo  hicieron.  Putin  podría  haberles

               acortado  las  riendas  a  los  líderes  rebeldes,  haber  retirado  las  fuerzas  y
               equipamiento rusos, haber facilitado la investigación internacional del derribo

               y haber encontrado y entregado a la justicia a los responsables del asesinato
               de  doscientas  noventa  y  ocho  personas.  Y,  sin  embargo,  no  pudo  hacerlo,
               como  no  pudo  reconocer  los  otros  fracasos  de  su  presidencia,  los  otros
               crímenes resonantes, la corrupción que erigía el sistema de lealtad que había

               creado.  Putin  se  había  erigido  a  sí  mismo  como  símbolo  de  la  Rusia
               resurgente, y la idea debía mantenerse sin reconocimiento de faltas. Solo en el

               culto al poder puede un líder ser inseparable del Estado. «Hay Putin y hay
               Rusia —dijo en 2014 Viacheslav Volodin, el hombre que había reemplazado a
               Vladislav Surkov en 2011 como estratega político del Kremlin—. Sin Putin,

               no hay Rusia.»[17]





               La ruptura entre Rusia y Occidente ahora parecía irrevocable y era deliberada.

               Estados Unidos ya había ampliado sus sanciones el día anterior al derribo del
               vuelo 17, y en el período posterior al accidente también se evaporó en Europa
               toda oposición a la intensificación de las sanciones. Ahora, sectores enteros

               de la economía, como la banca y la energía, se enfrentaban a sanciones no
               solo para los funcionarios y amigos cercanos a Putin. A mediados de 2014, la
               fuga de capitales había alcanzado los 75.000 millones de dólares en lo que iba

               de  ese  año,  ya  que  quienes  tenían  efectivo  buscaron  puertos  seguros  en  el
               extranjero; hacia finales de año, 150.000 millones de dólares se habían fugado
               del  país.  La  economía,  ya  desacelerada,  se  desplomó  con  la  caída  de  las

               inversiones. El valor del rublo se desmoronó, pese a los esfuerzos del Banco
               Central por apuntalarlo. El precio del petróleo se derrumbó —la culpa de lo
               cual Putin atribuyó a una conspiración entre Estados Unidos y Arabia Saudí—

               y eso puso presión sobre el presupuesto, lo cual hizo menguar las reservas que
               Putin había acumulado incondicionalmente a través de sus años en el poder.
               Rusia  se  sumergió  en  una  crisis  económica  tan  grave  como  las  de  1998  y

               2009.  Las  tácticas  de  Putin  habían  tenido  resultados  adversos.  Muchos  en
               Occidente lo celebraron, viendo la crisis económica como una evidencia del
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